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Una advertencia económica y una sacudida política

Por David E. Sanger

El informe de que la economía de EE. UU. se contrajo en el primer trimestre subrayó lo mucho que se juega el presidente Trump en su agresiva guerra comercial.

El presidente Donald Trump tomó posesión de su cargo hace poco más de 100 días, tras una campaña en la que los votantes creyeron su argumento de que podía gestionar hábilmente la economía y que sus propuestas políticas podrían tanto impulsar el crecimiento como erradicar la inflación.

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Así que la noticia del miércoles de que el producto interno bruto de Estados Unidos se había contraído en los tres primeros meses del año fue una fuerte sacudida política, además de una clara señal de alarma económica.

Se produjo al final de un trimestre en el que las cotizaciones bursátiles bajaron bruscamente, el peor resultado de Wall Street al comienzo de un nuevo mandato presidencial desde que Gerald R. Ford intentó sacar al país del escándalo y la inflación hace 51 años. Y solo aumentó la incertidumbre generalizada entre empresas y consumidores sobre lo que podría deparar el resto del año, mientras Trump continúa con una guerra comercial que ya está asfixiando a las cadenas de suministro y amenazando con hacer subir los precios y provocar una escasez de componentes y productos de importancia crítica.

Es demasiado pronto para predecir hacia dónde se dirige la economía estadounidense el resto del año, y Trump sigue insistiendo en que producirá una avalancha de acuerdos comerciales que devolverán la manufactura a Estados Unidos y marcarán el comienzo de una nueva era de prosperidad.

Sin embargo, las cifras del primer trimestre pusieron de manifiesto los riesgos políticos que corre. Para Trump, lo que está en juego es una cuestión de competencia fundamental en un tema que siempre ha utilizado para definirse a sí mismo.

Si el informe resulta ser presagio de una desaceleración o recesión prolongada, la situación podría convertirse este verano en el análogo económico de la torpe retirada de Afganistán del presidente Joe Biden hace cuatro años. Los índices de aprobación del trabajo de Biden nunca se recuperaron de aquella temprana debacle. Nada de lo que hizo después —ni los millones de empleos creados, ni las grandes victorias legislativas, ni la rápida respuesta a la invasión rusa de Ucrania— pudo devolver a los votantes la sensación de que se podía confiar en él para desempeñar el cargo con la destreza que suponían que aportaba.

Trump se plantó en el Jardín de las Rosas el 2 de abril, lo que denominó “Día de la Liberación”, y desplegó un amplio y punitivo conjunto de aranceles sobre los socios comerciales. Ha prometido que otros países vendrán suplicando un acuerdo para hacer retroceder esos gravámenes y otros aranceles que ha impuesto.

Un número considerable de estadounidenses parecen escépticos. En una encuesta realizada por el New York Times y el Siena College la semana pasada, el 55 por ciento desaprobaba la gestión económica de Trump, mientras que el 43 por ciento la aprobaba. Aproximadamente la mitad de los votantes desaprobaba la gestión del comercio de Trump.

Algunos de los asesores económicos del mandatario reconocen ahora que el momento y la ejecución de sus anuncios arancelarios podrían haber sido errores colosales, aunque aplaudan la estrategia subyacente. Por eso cada pocos días anuncian nuevas excepciones; la más reciente fue para aliviar el dolor de los fabricantes de automóviles estadounidenses.

“El 2 de abril, en el lugar posiblemente más poderoso del mundo, el presidente Trump pensó que estaba proyectando la fuerza estadounidense”, dijo Matthew P. Goodman, quien dirige el centro de geoeconomía del Consejo de Relaciones Exteriores y trabajó con los presidentes George W. Bush y Barack Obama. “Pero descubrió que el comercio es complicado, que hay que ser más quirúrgico, y desde entonces ha tenido que dar marcha atrás”.

Trump, el multimillonario inversor inmobiliario, ha reconocido que su estrategia acarreará cierto dolor temporal a los estadounidenses, pero el miércoles pareció argumentar que los estadounidenses comunes apenas lo notarían, al menos en las jugueterías.

“Bueno, quizá los niños tengan dos muñecas en lugar de 30 muñecas, ¿sabes?”, dijo. “Y quizá las dos muñecas cuesten un par de dólares más de lo normal”.

Independientemente de lo que cueste una Barbie, Trump se enfrenta a un problema fundamental de tiempo. Las enormes inversiones que predice que fluirán hacia Estados Unidos tardarán años en materializarse y provocar el renacimiento industrial que ha prometido. Construir, por ejemplo, la planta de fabricación de semiconductores más avanzada, puede llevar fácilmente cinco años.

“Esos chips, esos hermosos chips, fabríquenlos en Estados Unidos”, dijo Trump el miércoles en la Casa Blanca mientras se dirigía a los ejecutivos y destacaba cuánto había comprometido cada uno a gastar en nuevas instalaciones en el país.

Es demasiado pronto para saber con qué rapidez despegarán esas inversiones, incluido el compromiso de Apple, aclamado de nuevo el miércoles por Trump, de invertir 500.000 millones de dólares, incluida una parte de su capacidad de fabricación, en Estados Unidos en los próximos cuatro años.

Pero el dolor económico de los aranceles podría comenzar en cuestión de meses, con una presión al alza de los precios y escasez de productos industriales y de consumo fabricados en el extranjero.

Gran parte del problema político de Trump se encuentra en esa desconexión. Para muchos de los productos por los que los estadounidenses pagarán más —especialmente los fabricados en China— no existe una alternativa estadounidense. Y en el caso de muchos más, producirlos en Estados Unidos podría no tener sentido.

A pesar de restar importancia a las preocupaciones económicas, Trump es claramente sensible a la posibilidad de que se le culpe de la subida de los precios. Cuando esta semana empezaron a circular informes de que una filial de Amazon estaba considerando publicar los aranceles que pagarían los clientes por cada producto, Trump llamó a Jeff Bezos, fundador de Amazon, para quejarse.

Dar a los consumidores un desglose de cuánto les cuestan los aranceles, dijo la Casa Blanca, sería una “acción hostil y política”. Amazon señaló rápidamente que nunca había aprobado totalmente el plan, y que no entraría en vigor.

Pero muchos líderes empresariales están inquietos por el entorno, y dicen que no tienen forma de proyectar sus ganancias para el segundo trimestre porque el entorno económico nunca ha sido tan opaco.

“Constantemente les digo que no subestimen a Donald Trump”, dijo David McIntosh, presidente del Club para el Crecimiento, el grupo de defensa antiimpuestos cuyos miembros aplaudieron casi unánimemente el regreso de Trump a la presidencia.

McIntosh dijo que se siente optimista respecto a que Trump consiga negociar la reducción de aranceles con las democracias de estilo occidental que figuran entre los mayores socios comerciales de Estados Unidos. “Me encuentro con muchos ejecutivos que me preguntan: ‘Bueno, ¿cómo lo hace Donald Trump? Y mi respuesta es que piensen en El arte de la negociación; él es el negociador en jefe”.

La forma de calmar a los mercados ahora, dijo, es “conseguir que el Congreso apruebe el proyecto de ley de recortes fiscales” y ampliar los recortes fiscales que Trump consiguió promulgar en su primer mandato.

McIntosh está presionando para ampliar ese recorte fiscal, concretamente permitiendo que las empresas deduzcan de inmediato el costo de construcción de nuevas instalaciones de producción, en lugar de depreciar esos costos a lo largo de décadas.

Trump podría anotarse algunas victorias tempranas. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, dijo el martes que “estamos muy cerca con India”. Añadió que Corea del Sur estaba “enviando a su mejor equipo” para negociar y que también era posible que pronto se llegara a un acuerdo con Japón. Trump dijo el miércoles que el nuevo primer ministro de Canadá, Mark Carney, lo había llamado el día anterior y le había dicho “‘Hagamos un trato’”.

Tal vez sea así, pero Carney también dijo lo siguiente el martes, tras ganar las elecciones canadienses: “Nuestra antigua relación con Estados Unidos, una relación basada en una integración cada vez mayor, ha terminado. El sistema de comercio mundial abierto anclado en Estados Unidos, un sistema en el que Canadá ha confiado desde la Segunda Guerra Mundial, un sistema que, aunque no es perfecto, ha ayudado a traer prosperidad a un país durante décadas, se ha acabado”.

Carney se ha comprometido a reducir la dependencia de Canadá de su enorme vecino, una tarea nada fácil, ya que el comercio bilateral representa aproximadamente una quinta parte de la economía del país. China, el actor más poderoso en las guerras comerciales de Trump, ha seguido una estrategia similar. Y su líder, Xi Jinping, tiene todos los incentivos para hacer que los próximos meses sean lo más políticamente dolorosos posible para Trump.

Xi ha mantenido un silencio prácticamente total desde que Trump anunció una escalada de aranceles sobre los productos chinos, que se ha establecido en el 145 por ciento tras varios movimientos y contramedidas airados con Pekín. Esa tasa es tan alta que esencialmente congela el comercio; ya hay informes de buques de carga llenos de mercancías que se están dando la vuelta, para que los importadores no tengan que pagar esos aranceles.

La apuesta de Trump es que Xi cederá primero, porque el dolor para la economía china será tan grande que tendrá que llegar a un acuerdo que, con el tiempo, permita a Estados Unidos volver a algo parecido a la normalidad. Xi apuesta por lo contrario: que Trump se ha extralimitado y no puede soportar las malas cifras del PIB, el aumento de la inflación o la caída en picado de las encuestas.

c. 2025 The New York Times Company

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