La rebelión ha sido sofocada y, en palabras del gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez, “esto se acaba hoy (ayer)”. La frase tenía como destinatario a Román Cepeda, alcalde por unos días u horas más de Torreón, quien enfermo de poder inició desde hace ya algunos meses una ruta suicida, una rebelión que duró apenas unos meses. Ayer, escondida su personalidad bravucona y envalentonada, se le vio agazapado, nervioso y con la ansiedad a tope al escuchar, de boca del gobernador, que “la seguridad no se politiza ni se partidiza”.
Román se quedó o lo dejaron solo. Quizás, en su febril idea, pensó que generaría un movimiento de disidencia, pero lo único que encontró fue la reprobación general a sus perturbaciones: La clase política, no sólo de La Laguna, sino de todo Coahuila, se le fue encima. Nadie quiso acompañarlo en su suicidio, en este caso, político, algo que él conoce bien porque así está registrado en su historia.
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El principio del fin quizás inició el viernes 20 de septiembre del año pasado, cuando intentó dar un golpe de Estado regional: la primera vez que un alcalde de un partido afín al gobernador estatal atentaba contra el orden social y político que aún se conserva en Coahuila, último bastión del priismo en México.
Y es que el diferendo de Román Cepeda no se trataba de una disputa por el modelo de seguridad, sino que era de carácter político. Se aisló de Coahuila y diseñó un modelo fallido de seguridad, que demostró su lado siniestro y corrupto con el desalojo violento de su policía municipal, hecho que causó la muerte de un ciudadano hace unas semanas en Nuevo Mieleras. Luego de eso, la respuesta de Román fue burlarse de la ciudadanía y decir: “Se hizo lo que se tenía que hacer”, y a los críticos de esas acciones les espetó: “Que chinguen a su madre”, mientras sus empleados cercanos reían como si se tratara de algo gracioso.
Ayer por la mañana, su propia policía municipal se rebeló a su autoridad y se declaró en paro permanente. Ante eso, el gobernador dio un manazo en la mesa y dijo: “No vamos a dejar solo a Torreón”. Y ante la crisis que vive la policía municipal, en protesta por los altos mandos impuestos por el alcalde Román Cepeda, el Ejército Mexicano y la Policía Estatal tomaron el control de la seguridad en la ciudad. Todo había acabado.
Los agravios son muchos: Innumerables irregularidades en las cuentas públicas, acusaciones de corrupción, empresas fantasma, traiciones y desaires. Estamos, insisto, ante un suceso de importancia histórica porque por primera vez el alcalde de un partido afín al gobernador estatal atenta contra del orden social y político que aún se conserva en Coahuila.
La oposición de Román Cepeda al régimen de Manolo Jiménez como gobernador surgió de una visión torcida de su propia realidad, donde tendría que ser él quien gobernara Coahuila. Román no paró nunca de sangrar por la herida, una que supura amargura y frustración. Una especie de niño −ya muy avejentado, por cierto− chiflado y a quien no le cumplieron su capricho de gobernarnos.
Román pertenece a esa especie en extinción que aún persiste en la política coahuilense: juniors sin talento alguno, inútiles, que nacieron con un apellido que les ha abierto posibilidades políticas y administrativas. Si a eso le sumas el ego, del cual dicen los especialistas que los ególatras son seres impulsivos, irreflexivos, torpes, ignorantes, aunque unos dicen que tontos, y tonto es el que hace tonterías, pero eso a mí no me consta.
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Hay quien cree que el concepto de traidor está intrínsecamente ligado al de la ignorancia. El ignorante no sabe que es ignorante por la sencilla razón de que ignora sus limitaciones. En ocasiones la ignorancia es una elección y, a veces, viene desde la cuna. Lo grave es cuando un ignorante accede al poder y entonces se siente inteligente, casi un genio.
La ignorancia política es un problema persistente y refuerza los argumentos a favor de limitar el acceso al poder político a estas personas. Al desafío más importante que tiene Coahuila, que es la seguridad, ya no le fue tolerada, y su renuncia, licencia o como se vaya a manejar, es cuestión de horas. Se acabó lo que él mismo llamaba “El proyecto Román”; el destino lo ha derribado y no lo pondrá jamás de pie.