
Con su cabellera blanca Ricardo Monreal, que aparentaba mostrar seriedad, honorabilidad y austeridad, sin querer, sorpresivamente apareció en el viejo Continente, en un restaurante de lujo, celebrando cuarenta años de matrimonio feliz, armonioso y ejemplar, que para celebrar durante esas cuatro décadas estuvo ahorrando, para cuando llegara este crucial momento, porque con su sueldo, nunca lo hubiera hecho, o fue que le pegó a la Lotería, o alguien cooperó para que hiciera realidad, “tal” sueño.



