Alguna vez me he preguntado por qué, si fue Juan Pablo II un pontífice tan amado y canonizado cuando estaba todavía “al tiempo”, no explota su imagen la Santa Madre Iglesia con el mismo furor con que explota otros reconocidos íconos.
Fuera de algún almanaque de carnicería (algunos matarifes bien nacidos aún preservan esta bella tradición), muy rara vez vemos el apacible rostro de don Karol.
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Y no me digan que es por recato o sobriedad, que si de algo está ávida la Iglesia es de símbolos y reliquias para adorar, no obstante (y según entiendo) está prohibido eso de andar venerando santos y no hablemos ya de artículos que pueden ir desde prendas hasta cosas tan personales como “el Santo Prepucio” (no es broma, le juro que hay registro de al menos una docena de presuntos pellejos peneanos del Niño Jesús que han sido adorados en distintas iglesias europeas a lo largo de la historia).
Ahí anda la Iglesia promocionando al primer santo millennial o de la era digital, el Santo Carlo Acutis, antes conocido como el “Beato Carlo”… (*** El columnista se aguanta la risa).
¿Por qué no San Juan Pablo Segundo, si el mundo lo amaba?
Sucede que, aunque Wojtyla sigue siendo un tío muy querido en incontables hogares católicos, su administración, gestión, mandato, periodo o como sea que se le llame a su papado (¡ah, pos así se dice!) está manchado por los infames escándalos de pederastia en los que JPS figura no como un actor marginal, ignorante de la situación, sino como un activo y muy consciente encubridor del criminal que durante décadas sostuvo la mayor red de pederastia eclesiástica de que tengamos conocimiento.
Ahora que me animé a ver el documental “El Lobo de Dios” (HBO, 2025) sobre Marcial Maciel y Los Legionarios de Cristo, he podido confirmar algunos detalles de los que ya me había formado alguna noción en otras fuentes y no tiene vuelta de hoja: Maciel no era especialmente inteligente (acaso aprendió las artes de la manipulación para utilizar con sus víctimas y las de seducción para con sus patrocinadores y mecenas). Pero no era ningún genio del mal, ni estaba dotado de otra habilidad especial para eludir a la justicia como no fuese el soborno.
Fue a base de billetazos (donativos) que el imperio de Maciel trascendió los papados y se consolidó como roca durante el de Juan Pablo II. ¿Por qué? Porque el viejito cara bonachona se propuso hacerle la guerra al comunismo (al que percibía como una amenaza para la fe católica), así que se alió con otro par de ultraderechistas conservadores (Ronald Reagan y Margaret Thatcher) para impedir entre todos el avance de la “amenaza roja”.
Juan Pablo II necesitaba mucho cochino dinero para la preservación de la fe verdadera (y no es cosa de poner de las arcas vaticanas, ¿verdad? ¡Ni que estuviéramos locos!), así que debió hacerse solito un tremendo cocowash, una contorsión mental, una chaquetota cognitiva, para convencerse a sí mismo de que su fin justificaba los medios y aceptar el dinero del mayor recaudador de la Iglesia, un violador de menores en serie de cuyos crímenes ya había constancia en el escritorio papal desde Pío XII.
Entonces… “venga a nos tu Reino”, se dijo Juan Pablo II y “hágase tu voluntad”, porque sin hacerle el menor asquito al dinero del pederasta, siguió con su cruzada anticomunista (pendejo, porque el comunismo solito iba a caer sin ayuda de nadie).
Gracias a la protección vaticana otorgada por JPS al angelito Maciel (nomás le faltó canonizarlo) fue que gozó de impunidad hasta el feliz día en que decidió dejar de respirar.
Corte a… “El Mayo” Zambada, alguna vez el narcotraficante más poderoso del mundo mundial, se declaró culpable de un montón de cargos la semana pasada ante el ya legendario juez Brian Cogan.
En su recuento de los hechos, la periodista Anabel Hernández (antes tan celebrada por el lopezobradorismo, hoy acusada por la Presidenta con P de ser una escritora de ficción), dijo algo respecto al capo sinaloense que me hizo total consonancia con el caso de Maciel.
Zambada no era un gatillero, ni un hombre temerario, ni siquiera una mente criminal maestra. Si trascendió los sexenios y las décadas fue gracias a los moches y sobornos que dio a policías, militares, políticos y gobernantes.
Ante la Corte Federal del Distrito Este de Nueva York, Zambada reconoció haber dirigido un imperio criminal a base de corromper a polis y sorchos por igual; alcaldes, gobernadores y presidentes desde tiempos de Díaz Ordaz hasta el día de su captura, en las postrimerías del sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
Es decir, no fue obra de la astucia como sí fue de la corrupción, que el cártel más peligroso del planeta sorteó a la justicia sexenio tras sexenio. E irónicamente fue esto mismo lo que dejó entrampado a Zambada, sin posibilidad de un retiro, pues para vivir su vejez en libertad necesitaba sobornar a cada nuevo gobierno; y para pagarle la nómina a éste, debía continuar con su actividad como narcotraficante. Un círculo vicioso que se habría prolongado hasta el último día de su vida, de no ser porque hace un año y sin preguntarle lo treparon a un avión y lo llevaron a los Estados Unidos.
Recordemos que según Zambada, cada gobierno –hasta el día de su captura– recibió lo que él llamó no sin cierto enfado “chichi”, soborno que le garantizaba no ser objeto de persecución gubernamental.
Y tiene sentido porque cuando AMLO anunció la ilegal aprehensión y traslado de “El Mayo” a los EU, no cesó de repetir durante días hasta dejar en claro y convencer a quien fuera que su gobierno nada había tenido que ver con dicho operativo. Es decir, habría estado reiterando al cártel desde la Mañanera que él cumplió con su parte del trato y que todo era un asunto de los Estados Unidos del que se deslindaba por completo. Si usted tiene otra posible interpretación, hágamela saber.
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La propia doctora Sheinbaum llegó en primerísimo lugar en la “Loca Carrera de las Corcholatas” montada en una campaña de anuncios espectaculares por todo el País, campaña que hasta la fecha no se ha aclarado (claro que sí: “chichi”).
¡Pues qué prodigiosa nodriza resultó ser el crimen organizado para el movimiento transformador, que sabe prenderse como becerro y mamar con avidez!
Por lo que, al igual que con Juan Pablo II, la manchota de crimen y de vergüenza hace que el Santo Macuspano permanezca más bien guardadito (pese a lo mucho que le gusta mover personalmente a las masas). Y es que por mucha que sea la adoración y devoción que le tenga su más amplia base popular, sendas figuras no soportan el peso de la más elemental pregunta sobre sobornos a cambio de impunidad.