Patricio y Estefanía tienen dos hijos pequeños. Cada año ahorran con esfuerzo —e incluso se endeudan— para celebrar sus fiestas de cumpleaños. Aunque Patricio es el único sostén económico del hogar y trabaja en una fábrica en Saltillo, suelen rentar salones o palapas con un costo aproximado de 7 mil pesos, sin contar los gastos adicionales. A esto se suman la comida, los dulces, la piñata, el disfraz, el “candy bar”, el pastel, los manteles, los arreglos y la reunión familiar, lo que eleva el gasto total a cerca de 40 mil pesos por fiesta. Aun así, aseguran que vale la pena el esfuerzo por sus hijos.
En muchas familias de Coahuila, especialmente en Saltillo, las fiestas infantiles han dejado de ser simples celebraciones para convertirse en una muestra de poder adquisitivo y estatus social. Según proveedores de servicios para eventos, muchos padres aprovechan el calor entre junio y agosto para organizar estas celebraciones.
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Lo que debería ser un momento de convivencia familiar se ha transformado en una presión constante para algunos padres, que se ven obligados a destinar grandes sumas de dinero —o incluso endeudarse— para cumplir con las expectativas sociales que rodean estos eventos. Más allá de hacer feliz al niño o la niña, las fiestas son percibidas, en muchos casos, como una forma de demostrar posición social.
De acuerdo con especialistas en economía y psicología social, este fenómeno es especialmente visible en Saltillo, donde hay familias que gastan el equivalente a varios meses de salario en una sola fiesta. En una sociedad donde la competencia por el estatus es cada vez más evidente, muchos padres utilizan estas celebraciones como una vitrina de su capacidad económica y de pertenencia a ciertos círculos sociales.
Realizar una fiesta infantil de lujo no es fácil ni barato. Aunque el gasto varía según el tipo de evento, las familias coahuilenses pueden invertir entre 15 mil y 40 mil pesos para festejar a 100 personas. Esta cifra incluye la renta del salón, cuyo costo oscila entre 3 mil y 10 mil pesos por cinco horas de servicio, y el mobiliario básico.
A ello se suman gastos como el pastel (entre 800 y 2 mil pesos), el show de animación (de 3 mil a 10 mil pesos) y la decoración, como el popular aro de globos (alrededor de 1,500 pesos). También están la piñata, los arreglos de mesa, los bolos, la comida (banquetes o taquizas) y las bebidas, lo que puede elevar la cuenta final por encima de los 40 mil pesos.
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Para dimensionar esta cifra, cabe recordar que el salario promedio mensual en Coahuila ronda los 9 mil 600 pesos, según Data México, de la Secretaría de Economía. Esto significa que muchos padres destinan el equivalente a cuatro meses de sueldo para una sola fiesta.
Lo más paradójico, según expertos, es que muchos de estos gastos se invierten en elementos que terminan en la basura, como decoraciones y piñatas costosas que no generan recuerdos duraderos.
Tamara Robles, licenciada en Ciencias para la Familia, señala que la presión por ofrecer fiestas lujosas afecta tanto a padres como a hijos. La necesidad de cumplir con lo socialmente esperado es más fuerte en los estratos bajos, donde se invierte sin mucha conciencia porque “no hay mucho que perder”. En los estratos altos, en cambio, la presión viene del entorno: “Si todas las mamás organizan una fiesta en un spa, la expectativa es que yo también lo haga, aunque eso implique esforzarme más de lo que puedo”, explicó.
Lo más preocupante, advierte Robles, es que al enfocarse en competir por la mejor fiesta, se olvida el propósito original de estas celebraciones: crear recuerdos especiales y fomentar la convivencia entre los niños y sus amigos. Esta presión puede impactar negativamente en la autoestima infantil, al enseñarles que el valor personal depende de lo que se tiene y no de lo que se es.
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Además, las redes sociales han amplificado este fenómeno. Instagram, Facebook y YouTube se han vuelto vitrinas donde los padres comparten fotos de fiestas temáticas con inflables, mesas de postres y decoraciones ostentosas, alimentando una competencia visual por la fiesta más impactante.
Según Robles, esta cultura del consumo es promovida no solo por los padres, sino también por las marcas y proveedores de servicios, que alimentan la idea de que una fiesta debe ser grande para ser memorable. Esto no solo eleva los costos, sino también las expectativas, generando un círculo vicioso difícil de romper.
Marcelo Lara, especialista en finanzas, advierte que este tipo de celebraciones puede significar un golpe financiero fuerte para las familias. Muchas veces se recurre a créditos o endeudamiento para organizar eventos que terminan siendo más una carga que una alegría.
Finalmente, Robles subraya que muchas fiestas han dejado de centrarse en el cumpleañero. “Estas celebraciones ya no giran en torno al niño. Se han convertido en espacios donde los invitados son quienes reciben más atención. El cumpleaños deja de ser una muestra de cariño, para convertirse en un símbolo de estatus”.