Astatrasio Garrajarra y Empédocles Etílez, eternos compañeros de parranda, se estaban poniendo una de sus acostumbradas pítimas, y se les acabó el dinero. “Vayamos a mi casa –propuso Empédocles–. Le pediré algo a mi mujer para seguir la farra”. Fueron, en efecto. Al entrar vieron un espectáculo nada edificante: la esposa del beodo se estaba refocilando con un sujeto sobre la alfombra de la sala. Astatrasio se quedó estupefacto al ver en ese trance a la mujer de su amigo, pero Empédocles no dio señal de molestarse. Le pidió a su señora: “¿Podrías facilitarme algo de dinero? Se me acabó el que traía”. Sin perder el compás le dijo ella: “Busca en mi bolso. Ahí traigo algunos pesos”. Buscó Etílez, y le informó muy contento a Garrajarra: “¡Hay lo suficiente para comprar un six de cheves para ti y otro para mí!”. Azorado le dijo Astatrasio: “Oye: ¿y el tipo que está con tu señora?”. “¡Ah, no! –exclamó Empédocles–. ¡Que el cabrón se compre sus propias cheves!”… En el examen público el inspector escolar le preguntó a Pepito: “¿Cuántas son 2 y 2?”. “Depende” –respondió el chiquillo–. “¿Cómo que depende?” –se amoscó el maestro. Explicó Pepito: “Si los números están uno al lado del otro, son 22. Si están uno sobre el otro, y con el signo de más, entonces son 4”. Tosió el inspector, desconcertado, y le hizo otra pregunta: “¿Qué es ‘depilar’?”. Nuevamente replicó Pepito: “Depende”. “¿Por qué depende?” –comenzó a impacientarse el visitante–. Distinguió Pepito: “Si se refiere usted al verbo, depilar es eliminar el vello. Pero si me está preguntando qué es de Pilar, entonces no lo sé”. Ante esa respuesta el inspector se salió de sus casillas. Le dijo: “¿Verdad, niño, que eres un hijo de la tiznada?”. Y el muchachillo, otra vez: “Depende”. “¿Depende de qué?” –se enfureció el maestro–. Contestó Pepito: “Si soy hijo de la mamá de usted, sí lo soy. Pero si soy hijo de la mía, entonces no”. Viene a cuento el cuento a propósito de la exigencia de la mañosa y amañada reforma judicial en el sentido de que los aspirantes a juzgadores debían tener un promedio de calificación de 8 o más en sus estudios. Es aplicable aquí lo que Pepito dijo: depende. Si ese promedio se obtuvo en la Facultad de Derecho de la UNAM, o en la muy prestigiosa Facultad de Jurisprudencia de mi Universidad, la de Coahuila, entonces el dato es válido y significativo. En cambio, si el tal promedio lo otorgó una universidad de las llamadas “patito”, como hay muchas, incluidas las que AMLO sacó de la nada, y que a la nada han vuelto, entonces la calificación es apócrifa, ilegítima y quimérica, por orden alfabético, y no vale absolutamente nada. Los jueces, magistrados y ministros federales salidos de la torcida y retorcida elección del primero de junio nacen con el pecado original de su procedencia. Sabemos desde ahora que no estarán al servicio de la justicia, sino del gobierno y su partido. Son copartícipes de la destrucción de las instituciones, sistemática labor de la 4T –y de su segundo piso– que ha llevado a México a su ruina como país libre y democrático. Mala una judicatura al servicio de la política. Peor una Suprema Corte formada por cortesanos… Don Poseidón viajó a la capital, y se topó con dos guapas chicas de su pueblo. Tiempo atrás ambas salieron del villorrio para establecerse en la urbe. Habían sido pobretonas, pero ahora lucían ropa de marca, joyas esplendentes y accesorios de gran lujo. A la vista de tal magnificencia les preguntó, suspicaz: “¿A qué se dedican, muchachas?”. Respondió una de ellas: “Cosemos”. Dijo don Poseidón: “Ya me lo imasinaba”… FIN.
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