«Debe ser cierto aquello de que con la vejez uno regresa a la niñez»
Sin afán de sumarme al sentimentalismo de ocasión, quiero dedicar este ‘Relicario’ a Mario Vargas Llosa quien durante la vida ya le había ganado la partida al tiempo al trascender con su obra escrita para consagrarse en la posteridad de las letras.
La idea anterior era escribir en esta edición de amores y desamores so pretexto de un libro cuando la noticia dominical me tomó medianamente por sorpresa, pues desde hace algunas semanas nos enterábamos a través de las redes sociales que el Nobel peruano realizaba recorridos las calles de Lima al tiempo que recapitulaba sobre algunos pasajes de su obra, es decir, secreta (y estrictamente) personales.
Este acto profundamente nostálgico, que al mismo tiempo es una declaración de amor en los hechos, quizá era una tregua con Cronos para hacer corte de caja en aquellos sitios trascendentes para su vida, los cuales seguramente encontró poblados por los recuerdos de un tiempo pretérito pero coetáneos de la actualidad.
Con la desafortunada partida de Vargas Llosa han emergido a la superficie algunas de sus sesudas citas, los libros capitales, su participación en la política y un sinfín de anécdotas del mundo de las letras, todo ello con un denominador común: siempre fue disruptivo y, sobre todo, congruente de gran calado, decía lo que pensaba sin temor a quedar mal con alguien, pero al tiempo, defendiendo el derecho a que los demás se expresaran con libertad como aquel filósofo francés.
Con la patente de corso de que sus grandes obras ya se han comentado en muchos espacios, pongo sobre la mesa uno de los recientes, con enorme valía para mencionar, conversar y recomendar a quienes no hayan tenido la fortuna de encontrarlo: Los Vientos, el cual va de lo siguiente.
Un anciano acude a una desangelada protesta por el inminente cierre de las salas de cine de un Madrid futurista. El estoicismo de la concurrencia, ante lo que considera una decisión insensata y ominosa, les impide resignarse a mirar las películas en pantallas pequeñas, pues la experiencia de un filme no se limita al entretenimiento instantáneo sino también a los espacios y momentos extra e intramuros.
Una vez culminada la concentración, se percata que ha olvidado en dónde vive y cómo regresar a su casa, lejos de sentir angustia por estar extraviado, disfruta el parcial exilio de la memoria sin reconocerse como perdido, ya que los rincones por los cuales anda durante la pesquisa le son hondamente familiares y con ellos aparecen recuerdos de manera torrencial.
La búsqueda del camino adecuado lo conduce por sitios icónicos de la urbe en los cuales admite que, a pesar de que el mundo de hoy es mejor que el de su juventud, los grandes problemas capitales del pasado no han sido resueltos: guerras, hambrunas, enfermedades o la libertad incautada en distintas acepciones.
La búsqueda del hogar y de sí mismo se ve condicionada por un padecimiento crónico que ha afectado sus relaciones personales durante los últimos años, los pedos. Sin previo aviso (como en cualquier tragedia) suelta gases a diestra y siniestra, muchos de los cuales le impregnan una pestilencia que la sociedad rechaza por avergonzarse a trasmano, ya que recuerda que la condición humana es mortal y, por lo tanto, frágil. Mas con la puntería de los clásicos estuvimos advertidos: memento mori.
En el extravío de las referencias, descubrió interesantes reflexiones sobre la vida, la muerte, el amor, el progreso, la función social de la cultura, una sociedad autómata y la tecnología como sedante. Así dispara interesantes apuntes como cañonazos a lo largo y ancho de este cuento largo o novela breve (una vez más, los géneros puros sufren otro nocaut) sobre los avatares de una mente que fisgonea en un tiempo ajeno al suyo y que se resiste al sometimiento del dogma de una modernidad, diría Bauman, líquida.
Además de la romántica defensa de la cultura, el espíritu crítico y la creatividad; señala acucioso el malbaratamiento del arte, la tolerancia a la mediocridad o el aplauso fácil.
Las ráfagas literarias de Vargas Llosa continuarán soplando con más fuerza que nunca. Vientos huracanados, don Mario.