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La era de los sin vergüenza en México

Helen Schulman, autora de “Tontos por Amor”, un libro que colecciona historias personales, escribió ayer en The New York Times un breve ensayo que tituló “La vergüenza del concierto de Coldplay es algo para celebrar”, a propósito del beso captado en las cámaras que paneaban al público mientras la banda británica tocaba hace una semana en Foxboro, un suburbio de Boston. Si el nombre del texto fue provocador, su contenido fue sorprendentemente trágico para un mexicano.

Para quienes tenían la cabeza metida en sus propias cosas, parafraseando a la autora, o sea, para quien no se enteró de lo que fue viral en todo el mundo, se refirió a la cámara cazadora de besos que atrapó al director ejecutivo de Astronomer, una empresa de datos, abrazando a la directora de Recursos Humanos, lo que habría sido una imagen más salvo que ambos, de fama pública, vivían el sueño americano con otra pareja. Él renunció y ella fue suspendida.

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“No es que me guste que alguien se sienta obligado a dimitir”, destacó Schulman, “pero fue algo refrescante saber que alguien, en algún lugar, estaba asumiendo la responsabilidad de sus acciones, incluso si probablemente no tuviera otra opción. Había pensado que el lodo tóxico de la desvergüenza (ese hijo amado de Donald Trump e Internet) había eliminado la anticuada noción de humillación, pero estaba equivocada. Nunca pensé que me alegraría ver la vergüenza como un concepto, al menos, resucitado de entre los muertos”.

En la era de Trump, agregó, es un extraño alivio ver cómo dos compatriotas se dan cuenta de que hicieron algo imprudente e inapropiado, y no fingen que no tenían nada que ocultar, sino al contrario, hicieron todo lo posible por desaparecer. Visto ese penoso episodio para la pareja, que causó regocijo y morbo en el mundo, uno no puede dejar de voltear a nuestro ombligo y recordar lo que nos ha sucedido, donde todo aquello que Schulman alaba es inexistente en nuestra era del nuevo régimen.

Schulman colocó un espejo, sin imaginárselo, a los mexicanos. “Espero”, dijo de la pareja, “que se conviertan en una especie de héroes populares en esta era de absoluta desvergüenza, cuando la Cámara de Representantes y el Senado votan por cosas que la mayoría de los estadounidenses saben que están mal, como recortar los fondos para la ayuda médica y los programas de asistencia alimentaria. Evidentemente, no les importa a estos líderes. ¿Por qué? ¿Por qué tienen miedo del presidente o simplemente no quieren ceder su pequeño pedazo de poder?”.

Es inevitable no pensar en el senador panista Miguel Ángel Yunes Márquez, que le dio el voto decisivo a Morena para aprobar la reforma judicial que cambiará la carne y los huesos de México por generaciones, cuando se escondió detrás de su padre, su suplente en el Senado, quien dio la cara en el pleno para decir que su hijo votaría lo que pensaría era lo mejor –me lo imaginé ese día llorando, con las piernas temblando y húmedos los pantalones–, traducido a “dame el voto y cancelo sus acusaciones penales”. Es imposible olvidarnos de un hombre que rompió su congruencia: el ministro Alberto Pérez Dayán, al votar contra su pasado; o la presidenta del Tribunal Electoral, Mónica Soto, a quien conocí cuando comenzaba, llena de hambre y sueños por hacer lo mejor para las mayorías; o Guadalupe Taddei, quien recibía los lineamientos de Palacio Nacional para decidir el rumbo del Instituto Nacional Electoral (INE).

Nunca serán el tipo de héroes o heroínas de las que habla Schulman, como tampoco serán otros personajes de la vida pública, como el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, imputado por criminales de ser un criminal, o el excomisionado de Migración, Francisco Garduño, que sólo aceptó dejar el cargo del cual había sido destituido meses antes por la Presidenta, hasta que quedó legalmente blindado de responsabilidad por la tragedia en el centro migratorio de Ciudad Juárez, donde murieron 40 latinoamericanos. O en estos días el senador Adán Augusto López, que nombró como jefe policial en Tabasco –cuando fue gobernador– a quien acusaron por años de estar vinculado al crimen organizado y terminó, de acuerdo con las autoridades, siendo el jefe de todos.

Es cierto que este breve y limitado catálogo no es único en la historia moderna de México, pero sorprende el número creciente de los anexados. La única diferencia con el pasado, es que antes no se daban baños de pureza, de honestidad valiente ni moralidad cristiana. Otrora, los inmorales se callaban esperando que no los atraparan; los de hoy normalizan todo porque no hay rendición de cuentas, sino complicidades políticas. Lo vimos en el Consejo de Morena el domingo pasado, cuando el senador fue recibido con la proclama de “¡no estás solo!”.

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¿No estaba solo de qué? Es una confusión conceptual, por no decir una estupidez. No hay un ataque político contra él, sino una investigación en curso, donde no ha sido requerido, sobre una persona que durante tres décadas caminó codo a codo con él, y de quien aseguró no haber sabido nunca en los pasos en los que andaba, hasta cuando ya había dejado Tabasco. La atención pública que hay sobre él, cuya presunta responsabilidad la destapó otro gobernador de Tabasco, de Morena, muy cercano al expresidente Andrés Manuel López Obrador desde los ochenta, es por el rol político que juega y el poder que detenta.

Pero, política aparte, la vergüenza de la pareja estadounidense atrapada in fraganti, su reacción de decoro y las consecuencias sobre su vida personal y profesional al tomar acciones que mostraron que lo que pasó era importante, que no podían fingir que no había sucedido y dejarlo pasar, es un instante de respeto a sí mismos, inexistente en nuestra era de los sin vergüenza. No debemos esperar actos de ética política, porque hace años tenemos un déficit de ella, pero al menos de pudor. Esto es un mero deseo, porque tampoco existe entre nuestros actores políticos ninguna responsabilidad pública, que esperaríamos porque para ello pagamos sus salarios los contribuyentes. Tristemente es una quimera en estos tiempos mexicanos sin principios ni dignidad en la vida pública.

rrivapalacio2024@gmail.com

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