A principios de los años 90, para muchos jugadores de futbol americano en Saltillo y Monterrey, el fin de su elegibilidad universitaria significaba también el fin de sus carreras deportivas. Sin embargo, en 1994 surgió una nueva posibilidad: un equipo profesional que integraría talento de diversas instituciones y estados. Así nació Dinosaurios de Saltillo, proyecto impulsado por Carlos Ayala Espinoza, Víctor Pérez Ocampo, Frank Gonzalez y Cayetano Garza. Entre ellos estuvieron Jesús Segovia, Ramón Ramos Barajas, Ramón Rocamontes y José Alfredo Prado, quienes se reunieron para esta entrevista.
El reto no fue menor. Se conjuntaron jugadores de hasta cinco equipos distintos, entre ellos Borregos del Tec de Monterrey, Auténticos Tigres de la UANL, Burros Pardos del Tec de Saltillo, Buitres de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro y Lobos de la UAdeC. Además, el equipo recibió talento de más de 15 estados del país, y lo que parecía una mezcla complicada se transformó en una potencia.
“La clave fue entender que todos queríamos lo mismo: ganar. Nos quitamos las camisetas universitarias y nos pusimos la de Dinosaurios”, recuerda Ramón Rocamontes , receptor y regresador de patadas. “Incluso entrenamos junto a compañeros que antes fueron rivales o hasta nuestros entrenadores”, añade José Alfredo Prado, end defensivo del equipo.
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La primera temporada, en 1995, dejó una huella profunda. Aunque Dinosaurios cayó en la final ante Cerveceros, el golpe no los debilitó. Al contrario, los fortaleció. “Nos dimos cuenta que no bastaba con entrenar duro. Cada jugada contaba, cada error mental costaba caro. Aprendimos a jugar con presión”, señala Ramón Rocamontes.
En 1996 llegó el campeonato. Después de eliminar a Cerveceros en semifinales, Saltillo se midió ante Caballeros Rojos y logró la victoria por 29-28. “Fue un alivio y una alegría. La culminación de dos años de trabajo intenso”, cuenta Ramón Barajas. La foto de la vuelta olímpica con el trofeo, acompañados por jugadores del Tec y de Tigres, simbolizó la unión real del equipo.
Lo que vivieron fuera del campo también fue extraordinario. La afición respondió desde el primer partido de preparación ante Karankawas de Corpus Christi. Las gradas del Parque Olímpico estaban llenas y las caravanas a Monterrey o Ciudad de México reunían hasta 20 camiones. Sin redes sociales ni medios amplios de difusión, el mensaje se transmitía de boca en boca. “La gente veía nuestra entrega en el campo. Se transmitía. Y esa conexión creó algo más que un equipo: creó la dinomanía”, dicen.
Saltillo, una ciudad tradicionalmente cercana al futbol americano, encontró en Dinosaurios un proyecto que unió a familias enteras, llenó estadios y sembró identidad. Aunque el equipo original duró solo dos años, su impacto fue duradero. La camada de jugadores no solo dejó huella local, sino que también amplió el mercado para los atletas saltillenses en equipos universitarios del norte del país.
Para muchos, aquel campeonato fue también una graduación simbólica. “Yo me quedé a nada del Tazón Azteca, pero en Dinosaurios encontré mi cierre. Terminé como campeón nacional. Fue mi despedida del fútbol americano con honores”, expresa Mario Bustos con emoción.
A 30 años de distancia, el recuerdo sigue vivo. La experiencia de conjuntar generaciones, estilos y procedencias diferentes para defender un solo escudo no se olvida. Dinosaurios de Saltillo fue una ventana para seguir jugando, pero también un símbolo de lo que se puede lograr cuando hay visión, trabajo en equipo y entrega total.
“Si hubiéramos tenido la plataforma de hoy, más de 10 jugadores de ese equipo habrían jugado en Europa (con el proyecto de la NFL). El nivel era altísimo”, asegura Rocamontes. Y aunque esa generación ya no está en el campo, su legado permanece, no solo en la memoria, sino en cada jugador que desde Saltillo aspira a trascender.
Hoy, el nombre de Dinosaurios representa mucho más que un equipo de futbol americano: es una historia de integración, esfuerzo y pasión. Una historia que merece seguir contándose.