Por David E. Sanger
El presidente de Estados Unidos está apostando que su país puede repeler cualquier represalia de Irán y cuenta con que ha logrado destruir las posibilidades del régimen de reconstituir su programa nuclear.
Estados Unidos ha usado sanciones, sabotajes, ciberataques y negociaciones diplomáticas en las dos últimas décadas para intentar detener lo que para la mayoría del mundo parecía el largo recorrido de Irán para tener un arma nuclear.
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Aproximadamente a las 2:30 a. m. del domingo en Irán, el presidente Donald Trump desató un despliegue de poderío militar que sus cuatro predecesores habían evitado de manera deliberada por temor a introducir a Estados Unidos en una guerra en Medio Oriente.
Después de unos días en los que declaró que no podía correr el riesgo de que los mulás y generales de Teherán que habían sobrevivido a los ataques de Israel dieran el salto definitivo a tener un arma nuclear, ordenó a una flota de bombarderos B-2 que fuera al otro lado del mundo y lanzara las bombas convencionales más potentes sobre los sitios más críticos de los vastos complejos nucleares de Irán.
El objetivo principal era el centro de enriquecimiento en lo profundo del subsuelo en Fordow, al que Israel era incapaz de llegar.
Para Trump, la decisión de atacar la infraestructura nuclear de un país hostil es la apuesta más grande —y potencialmente más peligrosa— de su segundo mandato.
Está apostando que Estados Unidos podría repeler cualquier represalia que los dirigentes iraníes ordenen contra más de 40.000 soldados estadounidenses desplegados en bases por toda la región. Todas están al alcance de la flota de misiles de Teherán, incluso después de días de implacables ataques de Israel. Y está apostando que puede disuadir a un Irán enormemente debilitado de utilizar sus técnicas conocidas —terrorismo, toma de rehenes y ciberataques— como una línea de ataque más indirecta para tomar venganza.
Y lo que es más importante, apuesta que destruyó las posibilidades de que Irán reconstruya su programa nuclear. Se trata de un objetivo ambicioso: Irán ha dejado claro que, si es atacado, abandonará el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares y trasladará a la clandestinidad su enorme programa. Por eso Trump centró tanta atención en la destrucción de Fordow, la instalación que Irán construyó en secreto y que fue expuesta públicamente por el presidente Barack Obama en 2009. Allí es donde Irán producía cerca de todo el combustible casi apto para bombas que más alarmaba a Estados Unidos y sus aliados.
Los asesores de Trump decían a esos aliados el sábado por la noche que la única misión de Washington era destruir el programa nuclear. Describieron el complejo ataque como una operación limitada y contenida, similar a la operación especial que mató a Osama bin Laden en 2011.
“Dijeron explícitamente que no se trataba de una declaración de guerra”, dijo un diplomático europeo de alto rango el sábado por la noche, describiendo su conversación con un alto funcionario del gobierno.
Pero, añadió el diplomático, Bin Laden había matado a 3000 estadounidenses. Irán aún no había construido una bomba.
En resumen, el gobierno argumenta que se trataba de un acto de prevención, que pretendía acabar con una amenaza, no con el régimen iraní. Pero no está nada claro que los iraníes lo perciban así. En un breve discurso desde la Casa Blanca el sábado por la noche, flanqueado por el vicepresidente, JD Vance, el secretario de Estado, Marco Rubio, y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, Trump amenazó a Irán con más destrucción si no se doblega a sus exigencias.
“Irán, el matón de Medio Oriente, debe hacer las paces ahora”, dijo. “Si no lo hacen, los futuros ataques serán mucho mayores y mucho más fáciles”.
“O habrá paz”, añadió, “o habrá una tragedia para Irán mucho mayor de la que hemos presenciado en los últimos ocho días. Recuerden que quedan muchos objetivos”. Prometió que si Irán no cedía, iría tras ellos “con precisión, rapidez y destreza”.
En esencia, Trump amenazaba con ampliar su asociación militar con Israel, que ha pasado los últimos días atacando sistemáticamente a los principales dirigentes militares y nucleares de Irán, asesinándolos en sus camas, sus laboratorios y sus búnkeres. Inicialmente, Estados Unidos se alejó de esa operación. En la primera declaración pública del gobierno de Trump sobre esos ataques, Rubio subrayó que Israel emprendió “acciones unilaterales contra Irán”, y añadió que Estados Unidos “no estaba implicado”.
Pero entonces, hace unos días, Trump señaló en su plataforma de redes sociales algo sobre la capacidad de Estados Unidos para matar al líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamení, de 86 años, cuando quisiera. Y el sábado por la noche, dejó claro que Estados Unidos lo estaba apostando todo y que, a diferencia de la declaración de Rubio, el país estaba ahora profundamente implicado.
Ahora, tras afectar la capacidad de enriquecimiento de Irán, Trump espera poder aprovechar un momento de debilidad importante, la debilidad que permitió a los bombarderos B-2 estadounidenses entrar y salir de territorio iraní sin apenas resistencia.
Luego de la feroz represalia de Israel por los atentados terroristas del 7 de octubre de 2023, en los que más de mil civiles israelíes murieron, Irán se ha quedado repentinamente sin sus aliados, Hamás y Hizbulá. Su aliado más cercano, el sirio Bashar al Asad, tuvo que huir del país. Y Rusia y China, que formaron una asociación de conveniencia con Irán, no aparecieron por ninguna parte después de que Israel atacara el país.
Eso hizo que el programa nuclear se convirtiera en la última defensa de Irán. Siempre fue algo más que un proyecto científico: era el símbolo de la resistencia iraní a Occidente y el centro del plan de los dirigentes para aferrarse al poder.
Junto con la represión de la disidencia, el programa se había convertido en el medio de defensa fundamental de los herederos de la Revolución iraní iniciada en 1979. Si la toma de 52 rehenes estadounidenses fue la forma que tuvo Irán de enfrentarse a un adversario mucho mayor y mucho más poderoso en 1979, el programa nuclear ha sido el símbolo de la resistencia durante las dos últimas décadas.
Algún día los historiadores podrán trazar una línea directa desde las imágenes de estadounidenses con los ojos vendados, a quienes retuvieron por 444 días, hasta el lanzamiento de bombas GBU-57 antibúnkeres sobre el reducto montañoso llamado Fordow. Probablemente se preguntarán si Estados Unidos, sus aliados o los propios iraníes podrían haber actuado de otra manera.
Y casi con toda seguridad se preguntarán si la apuesta de Trump habrá valido la pena.
Sus críticos en el Congreso ya estaban cuestionando su forma de abordar el asunto. Mark Warner, senador por Virginia y principal demócrata del Comité de Inteligencia, dijo que Trump había actuado “sin consultar al Congreso, sin una estrategia clara, sin tener en cuenta las conclusiones consistentes de la comunidad de inteligencia” de que Irán no había tomado la decisión de dar los pasos finales para tener una bomba.
Si Irán se ve incapaz de responder eficazmente, si el poder del ayatolá se disipa ahora, o si el país renuncia a sus prolongadas ambiciones nucleares, Trump afirmará sin duda que solo él estaba dispuesto a utilizar el poder militar de Estados Unidos para lograr un objetivo que sus últimos cuatro predecesores consideraban demasiado arriesgado.
Pero existe otra posibilidad. Irán podría recuperarse lentamente, los científicos nucleares que sobrevivan podrían llevar sus habilidades a la clandestinidad y el país podría seguir el camino que Corea del Norte tomó, y comenzar la carrera hacia una bomba. En la actualidad, Corea del Norte dispone de 60 o más armas nucleares según algunas estimaciones de los servicios de inteligencia, un arsenal que probablemente la hace demasiado poderosa para atacarla.
Es posible que Irán llegue a la conclusión de que esa es la única vía para controlar a las potencias más grandes y hostiles, y para impedir que Estados Unidos e Israel lleven a cabo una operación como la que iluminó los cielos iraníes el domingo por la mañana.
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