Por: D. Belén Solar
El mes de agosto puede considerarse un poco triste y desalentador especialmente para los estudiantes. Se trata del mes del regreso a clases: el inicio de un nuevo semestre, nuevas materias, diferentes maestros y, quizá, un estudiante nuevo que se integra.
Podríamos decir que los antes enunciados son el 50% de la vida de un estudiante: el resto se trata de amistades, amores, planes para el futuro, cuestiones familiares y sueños por cumplir. Hablo por cualquier grado de estudio, desde la primaria hasta, por qué no, la universidad o el posgrado. Estudiar es una constante lucha, una de la cual muy poco se habla de su proceso, sus hazañas y sus sacrificios.
«Veinticinco, Veintiuno» es un drama coreano que todo estudiante debería ver, pues retrata en una historia la lucha de estudiantes, que tienen anhelos, sueños y aspiraciones, que se desenvuelven tanto dentro de la escuela como en sus hogares.
Comenzamos con Na Hee-do, una joven esgrimista que asiste a la preparatoria. Hee-do ama la esgrima, y su gran sueño es convertirse en una gran esgrimista e ir a competencias. Sin embargo, su sueño está muy lejos de cumplirse, al menos que asista a otra escuela, en la que se entrenan a las esgrimistas debidamente.
Hee-do logra cambiarse de preparatoria y comienza con entusiasmo y esfuerzo su entrenamiento, pero, el camino no es nada fácil. Mientras que en su casa su madre está siempre ausente debido a su trabajo en la televisión, y se muestra escéptica con cada cosa que hace Hee-do, en la escuela, crea una rivalidad con Ko Yu-rim, una famosa esgrimista que es el ídolo de Hee-do, debido a sus habilidades y sus «clases sociales».
Aunque Yu-rim es una atleta prometedora, en el fondo es algo insegura y creyéndose limitada debido a que sus padres tienen que trabajar duro para mantenerse. Sin embargo, su familia está unida y hay amor entre ellos, cosa que Hee-do envidia de ella.
Por otro lado, está Baek Yi-jin, un veinteañero cuya familia quedó en la quiebra y separada, por lo que abandona sus estudios como un alumno prometedor para buscar empleos, mientras malvive en un modesto cuartito. Además, están Moon Ji-woong (quien está enamorado de Yu-rim) y Ji Seung-wan, un par de amigos que intentan ser estudiantes competentes entre los estándares impuestos en la preparatoria.
La historia nos ofrece vistazos de cada uno de los personajes: el romance efímero de Hee-do y Yi-jin, la rivalidad entre Hee-do y Yu-rim, la dolorosa relación entre Hee-do y su madre, la presión de Seung-wan por entrar a la universidad, Yi-jin y su lucha por salir adelante como una persona independiente cuando antes lo tenía todo, entre muchas cosas más.
Veinticinco, Veintiuno nos ofrece un espejo en el que algunos podemos vernos reflejados, en la vida o momentos de los personajes, pues nos encontramos con jóvenes que luchan contra el mundo para hacerse un lugar, un sentimiento que todos hemos experimentado alguna vez.
Nos muestra también esa cara de las competencias deportivas, como la esgrima, que no vemos: los entrenamientos duros, los sacrificios, las lesiones, las rivalidades y las preparaciones. En la misma línea, aunque Hee-do y Yu-rim tienen una conexión poderosa que ignoran al principio, y descubren mucho después, su relación es dura y competitiva; pelean y están en constantes desacuerdos.
Por otro lado, Yi-jin va teniendo distintos trabajos, como repartidor de periódicos, atendiendo una tienda de cómics y despachador de mariscos en un mercadito. Sus constantes luchas lo llevan a trabajar como reportero, en la misma televisora que la madre de Hee-do, y en donde va obteniendo su crecimiento como adulto. Al mismo tiempo, Yi-jin apoya a sus amigos, los cuatro jóvenes, acompañándolos en aventuras y compartiendo momentos dignos de verdaderas amistades.
En cuanto a las relaciones románticas, Yu-rim y Ji-woong logran sincerarse y empezar un lindo noviazgo. La relación de Hee-do y Yi-jin inicia principalmente como una amistad, una en la que ambos encontraron en el otro lo que necesitaban, especialmente, apoyo mutuo. Con el pasar del tiempo, y con el apoyo siempre constante y firme, esa amistad da paso a algo diferente, pero más fuerte. Sin embargo, tratándose de un romance entre una esgrimista que va obteniendo reconocimiento y un reportero de deportes cuyo trabajo le demanda bastante, podemos adivinar cómo puede terminar.
Veinticinco, Veintiuno es una historia con la que podemos reír, sonreír, aplaudir un acontecimiento y encontrar personalidades únicas. Pero también es una historia con la que podemos llorar, sufrir, identificarnos con un momento, recordar que las injusticias existen y que la vida está llena de sacrificios.
Al final, Veinticinco, Veintiuno termina siendo un abrazo, un consuelo, unas palabras de ánimo que no sabíamos que necesitábamos escuchar; un recuerdo de que podemos superarnos y alcanzar todos nuestros sueños.
No importa que haya personas que digan que jamás podremos lograrlo, ni que la familia se muestre escéptica con nuestros objetivos; siempre habrá personas que crean en nosotros incondicionalmente. La rivalidad puede convertirse en amistad si abrimos nuestros corazones y admitimos cuando hicimos mal. Los sacrificios y las lesiones, aunque tarden, siempre valdrán la pena.
Los sueños se pueden cumplir. Las amistades se pueden conservar. Pero me temo que hay romances tan sublimes, que mueven barreras y cambian todo un mundo, que solo pueden durar poco tiempo, como en el caso de nuestros protagonistas, que duró hasta cuando tuvieron veinticinco y veintiún años.