Por: D. Belén Solar M.
Todo niño crece sabiendo de cuentos de hadas, historias, mitos y leyendas. Algunos de estos llegan a ser representativos y famosos en los lugares donde nacieron. Las leyendas e historias tienden a ser ciertas en su mayoría, mientras que los mitos son inciertos y los cuentos mera ficción.
Sea como sea, sea realidad o ficción, la creación de historias es la principal base para construir los mayores medios de entretenimiento: libros, películas y programas de televisión. Muchas personas disfrutan de leer un libro o ver una película, lo que genera perfectos paneles de discusión, intercambio de opiniones y recomendaciones.
Es una dinámica que yo misma disfruto, refiriéndome, por supuesto, tanto a libros como películas y series de televisión. Sin embargo, he notado que, cada vez, a la gente es más difícil «darles gusto» en cuanto al desarrollo de las historias que se nos presentan en los diferentes formatos de entretenimiento, especialmente, en los finales.
Por supuesto, cualquiera reconoce el famoso final de los cuentos de hadas: «y vivieron felices para siempre. Fin». Fue el parte aguas para hacernos creer que los finales felices existen: el villano es derrotado, el dragón es derribado, la bruja tiene su merecido, el caballero salva a la princesa, se enamoran, contraen matrimonio, gana el amor y todos viven felices para siempre… excepto el villano, el dragón y la bruja, obviamente.
Esta clase de finales ha condicionado a varias generaciones, vendiendo la (anhelada) fantasía de que los finales felices son posibles. No tengo nada en contra de esta clase de finales, definitivamente es algo que todos deseamos tener, pero, me temo que ese anhelo está sobrepasando lo que podemos considerar racional y posible.
Porque, en la vida real, los finales felices son escasos y efímeros. A veces, el caballero no salva a la princesa, el villano resulta ser el héroe en una historia mal contada, el dragón no quema ciudades solo porque sí, ni la bruja hace magia negra en nombre del mal.
A veces, el amor no triunfa al final, y si llega a hacerlo, es un final incierto. A veces, los finales duelen.
Porque así es la vida real.
Sim embargo, estamos muy acostumbrados desear esos finales felices. La prueba está en que, cuando hacen recomendaciones de libros, series o películas, en las redes sociales como Facebook, Instagram y TikTok, los usurarios hacen unas cuantas preguntas en el siguiente orden: ¿nombre?, ¿plataforma donde poder verlo o leerlo?, ¿autor? (si es un libro) y, ¿tiene final feliz? o ¿termina bien?
Cuando buenos samaritanos contestan a estas innecesarias preguntas, con la respuesta: «no, no tiene final feliz», inmediatamente los otros responden con un «Ah, gracias. Qué bueno que me dices para no ver la serie o leer el libro. Mi estabilidad emocional te lo agradece».
Muy bien, entiendo que los medios de entretenimiento antes mencionados pueden ser utilizados también como, llamémosle, medios de escape de la realidad, esperando encontrar en ellos la realización de los amores imposibles, del vencimiento del mal sobre el bien e, inminentemente, un final feliz. Pero, ¿por qué idealizar estos finales y obsesionarnos con ellos?
Hay muy buenas y extraordinarias historias esperándonos en los libros y en las películas, que no necesariamente son puro amor, paz y libertad. También hay dolor, tristeza, sufrimiento y crueldad; claro, estos sentimientos son horribles, pero forman parte de nuestras propias vidas tanto como las sensaciones buenas, puede que más. El dolor, la tristeza, el sufrimiento y la crueldad nos forman también como personas, nos hace evolucionar y tomar decisiones en nuestra propia historia.
Incluso, son sentimientos y emociones que de igual manera podemos encontrar en los formatos de entretenimiento, ya sea para el desarrollo de ese final feliz, o para un simple final.
Deberíamos dejar a un lado esta idealización de los finales felices. Hay que aceptar y reconocer los simples finales, aquellos en los que el «primer amor» no siempre triunfa, en donde el villano tiene la razón y la posibilidad de ganar, en donde los héroes lo pierden todo y a todos y aun así no logran salvar al mundo, en donde las enfermedades mortales no logran ser curadas a pesar de las constantes luchas, y en donde el final de los personajes es tan incierto como su comienzo.
Los finales felices están sobrevalorados. ¿Por qué dejar morir así las historias? ¿Por qué no ha de existir la posibilidad de que, de alguna manera, continúan?
Deberíamos normalizar los finales simples, aquellos con los que podemos identificarnos con mayor facilidad; aquellos que nos hacen llorar, aquellos que son melancólicos, aquellos no tan felices, aquellos no tan seguros, aquellos que nos ofrezcan la oportunidad de un nuevo y diferente comienzo… como es en la vida real.