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Hablemos de: El Señor de las Moscas.

Por: Diana Belén Solar Morales

Como buena estudiante, suelo renegar de las horripilantes tareas que nos asignan; aunque logro entender el objetivo de ellas, me es imposible no cuestionar la mayoría de las veces el por qué encargan una o por qué no encargan otra.

Por eso, me tomó totalmente por sorpresa que una de las incontables tareas tenía como indicación ver una película. Claro que la decepción regresó cuando comprobé que, la película en cuestión, no se trataba de una nominada al Óscar o con zombies en la trama.

La expectativa regresó cuando valoré el nombre del film: El señor de las moscas.

Inmediatamente pensé en Belcebú, el príncipe del Infierno conocido también con ese título. Pero la trama en esta película del año 1990, y basada en el libro del mismo nombre escrito por William Golding, no trata de un príncipe del Infierno como protagonista.

No. El señor de las moscas es una película que retrata de una manera diferente temas como los intereses personales y los valores, y cómo estos pueden mantener o corromper a un grupo de personas… o, en el caso de esta historia, a un grupo de niños. Sí. Niños.

Debo confesar que aquellos temas, sean reales o ficticios, que involucren animales y niños me parecen sumamente delicados y escalofriantes; es como recordarnos con morbo qué tan delicados e inofensivos podemos llegar a ser los seres humanos.

En el caso de El señor de las moscas, nos encontramos con un grupo de niños que viajan en un avión, el cual cae al mar provocando que los niños se conviertan en pequeños náufragos en una isla, sin un adulto que los guie o los proteja, pues el único adulto presente con ellos era el piloto del avión, quien al parecer no logra sobrevivir al estado en que quedó gracias a la caída del avión.

Al principio, con Ralph, uno de los niños mayores, al mando, la convivencia es un gobierno democrático, en el cual procuraba que todos pudieran opinar y que cada quien tuviera asignada una tarea para mantener el campamento y a los niños unidos: de esta manera, cada personita tenía una tarea que desempeñar y acudían a «asambleas» que organizaba Ralph para discutir cuestiones sobre el campamento y las tareas, llamándolos con la ayuda de una caracola. Dicha caracola tiene una sorprendente importancia en la pequeña comunidad, pues el pequeño líder proclama que, cuando los chicos escuchen sonar la caracola, tienen que asistir a la asamblea; y, para infundir y fomentar el respeto a la palabra de cada niño, quien sostenga la caracola, tiene derecho a hablar y ser escuchado en silencio.

Pero cuando Jack, un niño celoso de Ralph y su cargo, toma el control, todo pasa a ser una tiranía, en la que él se autoproclamaba como el líder, y obligaba al resto de los niños a que siguieran sus órdenes, pero sin seguir normas de convivencia apropiadas, por lo que terminaron comportándose como salvajes entre ellos. Las acciones de Jack fueron alimentadas por su sed de poder y, cuando lo tuvo, empezó a abusar de él, haciendo que los niños se descontrolaran totalmente, castigando a otros pequeños por no obedecerlo, haciendo que otros tuvieran miedo y violentando constantemente a Ralph y a Piggy (otro pequeño sabio y leal a Ralph), así como provocando la muerte de dos niños indefensos que solo querían hacerlos entrar en razón para recuperar la convivencia y seguir juntos en la supervivencia.

Para el final, después de una estresante e impotente escena donde Ralph es perseguido por Jack y su tribu, quienes lo obligaban a salir de donde quiera que se escondiera quemando toda la isla, en su persecución, Ralph colisiona con un militar, que había arribado junto con un equipo a rescatar a los niños.

De inmediato, Jack y los demás olvidan sus intenciones y todos se echan a llorar, de esa manera única en la que lo hacen los niños, al saberse rescatados.

Y así termina esta película.

No pude evitar hacer comparaciones con la película y la sociedad en la que vivimos. Contamos con distintas figuras que infunden autoridad, que nos prometen una cosa o la otra, pero asegurando en todo momento que es eso, precisamente, lo mejor. Las personas escuchamos a esas figuras, pero nosotros también queremos ser escuchados, y no he visto a alguien emplear una caracola.

¿Cómo saber entonces si realmente nos están escuchando?

Lo único que nos quedan son sus promesas y acciones, que son lo que nos ayuda a decidir a quién seguir, en quién creer, en quién depositar nuestra confianza para saber que todo mejorará un día. Porque hay que recordar que, así como siempre habrá personas democráticas como Ralph, habrá tiranos como Jack.

Ahora que lo pienso, ¿es acaso eso lo que somos? ¿Somos todos niños, tratando de construir un intento de gobierno superado por nuestros intereses personales?

¿Por qué el afán de comportarnos como niños celosos, en busca de hacer lo que queramos y obligar a los demás a hacer lo mismo, en vez de trabajar con compañerismo y armonía? Después de todo, los intereses en común son la base de la construcción de las comunidades. ¿Te fijaste en la similitud de las palabras?

Además, ¿por qué, en el camino de hacer «lo mejor», siempre tiene que haber inocentes que mueran por la causa? ¿Acaso vale la pena?

¿Contribuye a la estabilidad del gobierno? ¿Callar para siempre a aquellas voces que quieren hacer una diferencia? ¿Destruir la caracola para que nadie pueda usarla?

Esta es una película que tiene mucho que reflexionar y compararse a lo que se vive en la actualidad, y más por el proceso electoral por el que está pasando México.

Quizá, lo que trataba de decirnos William Golding con el título de su libro, es que no podemos culpar a nada ni a nadie por nuestros comportamientos ni por nuestras decisiones, ni siquiera decir que nuestras acciones están influenciadas por el Señor de las Moscas.

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