La joven esposa recibió a su maridito cubierta sólo con inconsútil negligé que dejaba a la vista todos sus encantos y prometía inéditos goces de erotismo. Es que había chocado el coche. De la mano llevó al muchacho a la alcoba conyugal. Ahí le entregó una cuerda, tras de lo cual dejó caer el negligé, se tendió en el lecho, voluptuosa y lúbrica, y le dijo con sinuosa voz al sorprendido desposado: “Átame a la cama, y luego haz lo que quieras”. El marido, feliz, la ató de pies y manos y luego se fue a jugar dominó con sus amigos… No falto a las buenas maneras ni a la caridad cristiana si digo que Uglicio era soberanamente feo. Cierto día fue al zoológico y le preguntó al guardia: “¿Dónde está la jaula de los orangutanes?”. Con otra pregunta le contestó el sujeto: “¿Si no sabes regresar pa’ qué te sales?”… El hijo de don Epaminondas iba a contraer matrimonio. (Eso de “contraer” suena a enfermedad). Le dijo, solemne, el vejancón: “Hijo mío: ésta será la noche más feliz de tu vida”. “Papá –acotó el muchacho–. No me caso hoy: me caso hasta mañana”. “Precisamente –confirmó don Epaminondas–. Ésta será la noche más feliz de tu vida”… La justicia se desvirtúa y corrompe al mezclarse con la política. Tal es el caso de lo sucedido con Florence Cassez e Israel Vallarta. Tanto su prisión como su libertad estuvieron contaminadas por cuestiones que nada tenían que ver con la recta impartición de la justicia, y sí con motivaciones de mero orden político. Ni en una ni en otra coyuntura se entró al fondo del asunto –la inocencia o culpabilidad de los procesados–, y tanto su encarcelamiento como su liberación se debieron a meros formulismos legaloides. Nunca se sabrá si la mujer y el hombre fueron en verdad secuestradores o si se les hizo víctimas de un montaje mediático que indebidamente los llevó a prisión. Tampoco sabremos si su libertad obedeció a un acto de justicia o a un manejo de politiquería. Mi madre y sus hermanas se reían de una cuñada que a todas las preguntas que le hacían contestaba: “Pos sabe”. La misma expresión usaré yo cuando alguien me pregunte si Cassez y Vallarta son culpables o inocentes. Pondré cara de zonzo, y con la boca abierta y los ojos redondos como plato contestaré: “Pos sabe”… Conocemos a Jactancio Elátez, sujeto presuntuoso, narcisista, ególatra, pagado de sí mismo. Además de todo eso, es majadero y lépero. En círculo de amigos relató: “Cuando nací fui un bebé tan hermoso que la nodriza, en vez de darme el pecho, me dio aquellito”… Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, le comentó a su amiga Gules: “Mi marido no se lleva bien con la muchacha de servicio. Tendré que pedirle que se vaya de la casa”. Comentó la amiga: “Tendrás que indemnizarla”. “No –aclaro doña Panoplia–. Tendré que pedirle a mi marido que se vaya de la casa”… El oficial de tránsito detuvo al individuo que iba manejando a 100 kilómetros por hora en la calle principal del pueblo. “Déjeme explicarle, oficial –dijo el detenido–. Sucede que…”. “Nada –lo interrumpió el agente–. Voy a hacer un escarmiento con usted. No sólo le quitaré la licencia de conducir: además lo llevaré a la cárcel”. Balbuceó el otro: “Pero es que…”. “Cállese y suba a la patrulla” –le ordenó el oficial–. Obedeció el tipo. El agente lo llevó a la cárcel municipal y lo encerró en una celda. Una hora después, suavizado ya su enojo y atemperado su rigor, fue a ver al detenido. Le dijo: “Está usted de suerte. Cuando venga el jefe será clemente con usted, pues a esta hora se está casando su hija, y de seguro vendrá de buen humor”. “Lo dudo –replicó el preso, mohíno–. Yo soy el novio”… FIN.
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Eran secuestradores si hasta hay victimas que lo han reconocido y una de ellas testificó que fue Cassez la que la mutilo.