LA BATALLA DEL 5 DE MAYO.
En Palaú, no sé si todavía, se acostumbraba celebrar con todo fervor y solemnidad, las fechas importantes para la patria. Por la mañana, muy temprano, se podían escuchar los famosos truenos que eran barrenos de dinamita que al explotarlos anunciaban con su estruendo matutino, tal o cual conmemoración.
A media mañana, se llevaba a cabo el desfile, constituido por las autoridades civiles, mineras, militares y educativas, estas últimas, conformadas por el contingente de alumnos de las escuelas de la localidad; al frente, un conjunto de músicos amenizaban con algunas marchas, al terminarse el repertorio y sin inmutarse siquiera, terminaban ejecutando «las que se sabían» que en ocasiones no eran muy propias, pero sí muy populares, como el corrido de Rosita Alvirez, Amor perdido, Perjura y otras que si bien no mostraban un ritmo muy marcial, sí eran interpretadas con todo el sentimiento de los músicos ejecutantes.
Los líderes de la sección minera, presidían la marcha, hombro con hombro con las fuerzas vivas y las autoridades de la localidad caminando con todo donaire.
El largo convite, después de recorrer las calles principales culminaba en el kiosco del pueblo donde se desarrollaba un lúcido programa con números apropiados a la fecha, con coros, declamaciones y discursos fervientes, y el cierre, con el Himno Nacional Mexicano interpretado por todos los asistentes.
Aquella ocasión, se acercaba el 5 de Mayo, efeméride que recuerda la batalla de los heroicos soldados mexicanos contra los invasores franceses en Puebla, misma donde figuró nuestro insigne texano – coahuilense General Ignacio Zaragoza.
La comisión sindical nombrada en pleno para organizar tal evento, acudió como era la costumbre y la formalidad en esos casos, con el jefe de las minas quien estaba representado en aquel entonces por el Ingeniero Juan Heitz, de origen galo quien los escucha con toda atención propia de la singular encomienda.
-Venimos -dijo quien encabezaba al grupo comisionado-, para que nos brinde su ayuda personal y de parte de la compañía que usted dignamente representa, con el fin de que nos proporcione algún emolumento para cubrir los gastos que se sufragarán para celebrar como se debe la Batalla del 5 de Mayo, evento glorioso para nuestro país y con ello no sólo enaltecer, sino que nuestro mineral tome conciencia del magno hecho histórico de gran significación para nuestra patria.
-Y ¿qué es lo que ustedes celebran en esa gran fecha?
-preguntó el Señor Heitz con arrogante aplomo y en un perfectísimo español.
Con toda premura y orgulloso de la celebración heroica para el pueblo mexicano, le responde el líder de la comisión:
-La batalla en la cual le ganamos a los franceses, Señor Heitz -responde con mucho orgullo el susodicho minero.
-¿En la que les ganaron los mexicanos a los soldados franceses? -cuestionó Heitz molesto, levantóse de su escritorio y blandiendo los brazos aclaró con firmeza y energía:
-¿Nos ganaron?… ¡Qué va! No nos ganaron los soldados, nos ganó la alimentación… no la valentía ni los tiros de los mexicanos, nos ganaron los frijoles agrios, nos ganaron las tortillas rancias, nos ganaron los picantes, los nopales y sobre todo las tunas que obraron peor que cañonazos sobre el estómago de mis paisanos.
Cerró su alocución aquel hombrón rubio, sin ocultar su enojo manifestado en su rostro con un elevado tono enrojecido:
-No nos hicieron nada sus técnicas bélicas, ni sus balazos, ¡nos ganó toda esa porquería que ustedes comen!
Ante el asombro de todos, baja la voz y con una condescendiente actitud concluye:
-Cuenten con esto.
Firmó un cheque a los peticionarios, no sin antes agregar en forma rotunda:
-Pero no nos ganaron limpiamente la batalla, nos ganó la… -en esto se contuvo del adjetivo que iba a proferir- nos ganó la alimentación, no se les olvide.
La comisión se despidió contenta por el donativo, razón para no darle importancia a sus palabras.
—Total -dijo uno de los comisionados-, qué otra cosa podría decir… si es francés el tipo.
Aquella mañana del 5 de Mayo hubo como de costumbre estruendosos barrenos y cohetes, después del desfile y los exaltados discursos resaltando la estrategia bélica y la valentía de nuestros soldados, al término y satisfecho con su encomienda, uno de los mineros que había escuchado las argumentaciones de Monsieur Heitz con anterioridad, les dice discreto a sus compañeros de presidium:
-Estuvo a todo dar la ceremonia ¿verdad? total, como hubiera sido, de todas maneras ¡le dimos en la madre a los franceses!