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En el Congreso Internacional de la Lengua Española se debaten temas como ‘las fake news’ hasta si una coma debe ir o no

Arequipa, al pie del volcán Misti, fue el escenario donde el X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) abrió sus puertas con un tema crucial: el futuro del idioma en los medios digitales y el desafío de las noticias falsas. El evento, organizado por EL PAÍS y la Real Academia Española (RAE), reunió a periodistas de distintas generaciones, académicos y especialistas que debatieron sobre el lenguaje, la tecnología y la responsabilidad de informar.

En el claustro de la Universidad San Agustín, el moderador Álex Grijelmo, periodista y estudioso del lenguaje, provocó la discusión con una pregunta simple: “¿Cuál es el error lingüístico que más les molesta en su medio?”.

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Las respuestas evidenciaron un choque generacional.

Ricardo Kirschbaum, editor de Clarín (Argentina), lamentó que la calidad de la escritura ya no sea un atributo esencial del periodismo y denunció la casi desaparición de los correctores de estilo.

Cecilia Valenzuela, directora de Perú 21, apuntó a la tiranía de la inmediatez: “La oralidad le está robando espacio a la prosa”, señaló. Reconoció incluso que su redacción recurre a la “miss RAE” en lugar de contar con correctores humanos.

Sarah Castro, exdirectora del diario As en Colombia y EE. UU., expresó su disgusto por los errores que se multiplican sin revisión y por la invasiva publicidad digital que desplaza al contenido.

Daniel Pacheco, editor de La Silla Vacía, asumió otra postura: defendió los emoticones, los gifs y la experimentación con nuevos lenguajes. “El error humano podría terminar siendo un distintivo frente a los textos creados por inteligencia artificial”, ironizó.

Mientras Valenzuela defendía el uso de un español claro y literario, Pacheco insistía en que el periodismo digital debe hablar como sus audiencias más jóvenes. El choque de perspectivas reflejó una tensión central: ¿proteger la tradición o romper moldes para sobrevivir?

Periodismo frente a la desinformación

En paralelo, en la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa, otra mesa de discusión se centró en un problema que erosiona la credibilidad global: las fake news.

El poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, recordó que informar significa testimoniar una verdad, mientras que comunicar, en la lógica de las redes, muchas veces abre la puerta a la manipulación. “Los periodistas deben negarse a vivir entre los escombros de la mentira”, advirtió.

La periodista Pepa Bueno identificó el año 2016 como un punto de quiebre en el ecosistema informativo: Brexit, el plebiscito en Colombia y la elección de Donald Trump. En los tres casos, explicó, la mentira se propagó con una eficacia sin precedentes. “El consenso sobre la verdad se rompió”, dijo.

El director de El Comercio, Juan Aurelio Arévalo Miró-Quesada, fue más directo: en Perú —donde la mensajería instantánea es el canal más usado para compartir noticias— las fake news encuentran terreno fértil. “Somos probablemente los mayores difusores de desinformación en el mundo”, ironizó.

Entre la ética y la supervivencia

Los participantes coincidieron en un punto clave: el periodismo se sostiene en el rigor y en la decencia de quienes lo ejercen. El ensayista Jordi Gracia denunció que las grandes tecnológicas, alineadas con los intereses políticos más poderosos, están debilitando las condiciones mismas de la democracia.

Por su parte, la empresaria María Moya presentó una exposición interactiva sobre los mecanismos cognitivos que nos llevan a creer y difundir mentiras. Su mensaje fue optimista: es posible corregir sesgos y convertirse en agentes activos en la defensa de la verdad.

Una esperanza compartida

Pese a los desencuentros entre generaciones —unos defendiendo la prosa cuidada, otros apostando por emoticones y formatos híbridos—, todos los panelistas volvieron a una misma conclusión: el periodismo solo sobrevivirá si ofrece contenido de calidad, aquello que no se encuentra en ningún otro lado.

“Las máquinas pueden procesar lenguaje, pero no descubrir tramas ocultas ni investigar con creatividad”, sostuvo Kirschbaum con esperanza. Y Valenzuela recordó que todavía existen lectores que esperan recibir, en un boletín o una newsletter, una historia bien contada.

En Arequipa, entre bibliotecas y claustros coloniales, quedó claro que el español, el periodismo y la verdad enfrentan una tormenta, pero también que el oficio conserva una misión insustituible: contar lo que otros no quieren que se sepa.

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