Ser chairo, al igual que pertenecer a cualquier otra secta o religión, implica vivir en una constante contradicción. Una disonancia cognitiva permanente que se aprende a silenciar para mantener a raya cuando es necesario (o sea, a diario).
Si se pregona una cosa y se termina haciendo otra; si lo que se dijo en campaña es totalmente opuesto a lo que se sostiene en el cargo; si el que hasta ayer era adversario y un costal de mañas es hoy un aliado y paradigma de virtud; si lo que esgrimimos como argumento contundente se vuelve en nuestra contra y entonces deja de tener cualquier importancia o significado… Son sólo algunas de las paradojas en las que se meten quienes renunciaron a pensar porque decidieron abrazar, sin mayores objeciones, el dogma lopezobradoriano.
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Ya hemos dicho que el comodín retórico del discurso oficial es su legitimidad ganada en las urnas. Es decir, como ganamos por una amplia mayoría (porque la oposición está completamente anulada), el pueblo nos respalda en cualquier medida que tomemos, acción que emprendamos o política que implementemos, por descabellada, turbia, inconveniente, inviable, ridícula, tonta, improvisada o contraproducente que resulte ante el más somero análisis.
Y se establecen entonces las premisas demagógicas: “Si el pueblo nos votó mayoritariamente, entonces avala en la misma medida lo que sea que hagamos. El pueblo es soberano, el pueblo no se equivoca. Si el pueblo nos respalda y no se equivoca, ergo: Nosotros no podemos estar equivocados”.
Pero entonces… ¿Qué cuando no cuentan con el respaldo abrumador del voto popular?
Me refiero desde luego a la que será la nueva configuración del Poder Judicial, emanada de una “legitimidad” del 13 por ciento del padrón electoral, sobre el que todavía tenemos que hacer algunas consideraciones.
De la votación total, todavía hay que restar un 11 por ciento de votos anulados (es la primera vez que los votos nulos alcanzan un porcentaje de dos dígitos y es que la posibilidad de mentarle la madre a Fernández Noroña al parecer tuvo más convocatoria que la elección en sí.
Habría que rasurar los votos de quienes acudieron obligados por su compromiso laboral en alguna dependencia; así como los que se quedaron en blanco por incertidumbre (pasmados ante una boleta que parecía una planilla de Melate) y, desde luego, en primerísimo lugar, deberíamos descontar todos los votos guiados por los “acordeones” (cándidamente llamados por el oficialismo “guías creativas del pueblo bueno”), chapuza que terminó por definir los nombres de quienes integrarán la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Y si usted conoce a alguien que avale todo lo anterior como legal, le sugiero encarecidamente que no discuta con dicho infeliz (o infeliza), que ya suficiente tiene con ser esa persona, esa que debe defender lo indefendible, lo ridículo, lo más impúdico y obsceno de la tranza electoral como no veíamos desde el PRI de los setenta, ahora bajo el rebranding de la Cuarta Transformación.
Entre los agraciados y bendecidos por el acordeón que tendrán un puesto dentro del Poder Judicial encontramos abogados que han sido exdefensores de narcotraficantes, individuos vinculados a la pedo-secta de La Luz del Mundo, de Naasón Joaquín García; presuntos violentadores de mujeres y −como no podía ser de otra manera− las Ministras del Bienestar, quienes no han tenido empacho en ejercer su ministerio asumiéndose militantes activas del régimen morenista.
Pero nadie contaba con el caballo negro, un tal Hugo Aguilar Ortiz que, con la votación más raquítica aún para los estándares más bajos de abstinencia, será el nuevo ministro presidente de la Suprema Corte.
(Razonamiento: Si la Presidenta presume que su movimiento tiene el respaldo de entre un 70 y 80 por ciento de los mexicanos, el desaire electoral del pasado 1 de junio no es repudio de la oposición (que es inexistente), sino desdén de los mismos devotos de la Transformación).
Aguilar Ortiz es la persona idónea para colonizar el Poder Judicial con la bandera de la Cuarta Transdeformación, no por sus credenciales, no por su trayectoria, no por su experiencia como jurista, sino por su cercanía y su lealtad con el camarada líder y autor del descuartizamiento de la República llamado Reforma Judicial (sí, el mismo viejo guango que tuvo que votar utilizando un acordeón también).
Lejos de tener un pasado como jurista que lo respalde, Aguilar Ortiz es el operador legal de algunos de los proyectos más cuestionables del sexenio pasado. El futuro ministro presidente del Poder Judicial fue el litigante que hizo posible el despojo de tierras y el ecocidio que el Tren Maya representa y es incondicional del viejo Tlatoani, quien personalmente lo habría designado candidato. Así que, ¿independencia y distanciamiento del Poder Ejecutivo? ¡Mis kiwis!
El propio AMLO dijo que Aguilar Ortiz, por su origen oaxaqueño, debía venderse como el nuevo Juárez, o “el regreso del Benemérito al Máximo Órgano de Justicia”.
Como sabemos, el populismo cuatrotero tiene un fuerte componente de “reivindicación” del indigenismo, así que es el argumento perfecto para aducir que el nombramiento de un desconocido que ni los propios simpatizantes del obradorismo votaron, es un acto de justicia para con los “pueblos originarios”.
Y luego está el asunto de la toga. Como habremos comentado ya también, los populismos se cimientan en símbolos. A falta de ideología o proyecto, recurren a un catálogo de íconos para enarbolar.
Pero la toga, que es en principio un símbolo de imparcialidad y neutralidad en la mayoría de los países con un modelo de justicia afín al que solíamos tener, no les gusta porque no es un símbolo de su invención, ni consonante con los que ellos enarbolan.
Dicen que es un símbolo de elitismo. No sé de dónde chingados sacaron dicha noción, pero lo afirman. Y ahora el operador de AMLO dice que va a abolir el uso de la toga para llevar al Poder Judicial a un perpetuo viernes casual. Pero aun si tal es su intención, deberá presentarse el primer día vistiendo el atuendo marcado por la ley, o iniciar su gestión desobedeciéndola.
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No les importa que el derecho como se entiende en los países democráticos provenga del Derecho Romano y de la Revolución Francesa, de los que heredamos no sólo sus preceptos básicos, sino su propio acervo simbólico, internacionalmente reconocido. No, tienen que sustituirlo todo por algún elemento extraído de sus complejos demagógicos.
No hay por qué sustituirlo todo con simbología autóctona ¡Ni que la justicia en las comunidades indígenas fuese ejemplar! (Ahí están los matrimonios forzados de niñas… Usos y costumbres que les llaman).
Pero el movimiento acusa todo (la ciencia, las matemáticas, la justicia) de eurocentrista, así que: ¡Abajo la toga y arriba la guayabera (por cierto, la prenda más priista-echeverrista de todas)!
¡Qué duro y contradictorio ser chairo! Pero más duro tener que defender este desgarriate y a este Juárez de Temu, que nos va a salir más caro que resucitar al verdadero Benemérito.