Necesito una calibrada de gaydar, afinación completa, en realidad. Creo que me anda fallando mucho el detector de hermanas. Conocí al administrador de un centro cultural; yo juraba que era de la comunidarks, pero no: resulta que estaba felizmente casado —que eso no quita, edá, pero cada quién—. Luego conocí a un director de cine muy de la vibra de Guillermo del Toro y pensé que era un ”hétere bonachón”, pero resultó ser amigo de Dorothy. Yo juraba que tenía muy afilado ese instinto: pienso que, con los años, nos vamos poniendo capas de camuflaje para hacer más llevadero nuestro paso; entre eso y la apertura de los heterosexuales a su lado sensible‑femenino‑infantil —muy aplaudido, claro—, se nos movió el norte. En el instante en que el barista me sonrió, todos los argumentos para derrumbar la posibilidad de un coqueteo llegaron a mí.
Filmar es pesado: regularmente son doce horas de llamado. La primera semana es más complicada, en lo que te acostumbras al equipo, a los horarios, hasta a la cama donde duermes. Superando eso, entro en modo crucero, en la maravillosa burbuja del séptimo arte. Los sábados normalmente se trabaja medio día, pero esa vez adelantaron tomas y desocuparon el día. Sentí que me había acoplado bien y podía desconectarme para disfrutar la ciudad. Ya me había inscrito a un gimnasio cercano; fui temprano y, al salir, recordé que una de las chicas del departamento de Arte recomendó las facturitas de guayaba de la cafetería cercana. “Hoy, merezco”, me dije.
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Desde que entré, la mirada se me fue al mostrador y no precisamente por los panecillos, sino por quienes estaban detrás de la barra. Había un tipo equivalente a un Thor mini‑toy, pero con rasgos más delicados; su compañero no podía ser más diferente: aperlado, cabello castaño, más alto, amigajonadito y con lentes. Digamos que ambos podrían haber sido compañeros de Harry Potter, pero el primero era del equipo de Quidditch y el segundo era su compañero de Pociones: mi tipo. Los músculos atraen, pero no he conocido pectorales que tengan una buena plática; eso sí, excelentes almohadas.
La carta del lugar no era muy grande: había buenas opciones, pero no sabía ni el nombre de lo que se me antojaba. Me apegué al plan inicial. Para el café soy muy básico: negro, americano, el más grande (guiño, guiño). Lo pedí junto con una avocado toast y la facturita. Mientras me servían, empecé a laberintear posibilidades. Danna reza: lo primero es que sea soltero; con cerebro sería el dos; que esté bueno va de tercero y, de paso, buen humor. Suena mucho más fácil de lo que es y, con los años, se eleva la complejidad: súmale averiguar si bateamos para el mismo lado, si hay atracción y compatibilidad.
Nunca he sabido ligar, y mira, desde Don Juan Tenorio hasta Hitch, pasando por Casanova, todas me las aventé. Creo que le aprendí más a Skins y, si la vieron, saben que eso no es bueno. Regularmente en mis ligues había redes sociales de por medio. Mi única táctica es intentar mantener la mirada y, si la devuelve, sonreír; luego ya no sé qué hacer y, sí, siempre pienso que puedo verme como esos señores que te clavan la mirada como si te hicieran una radiografía. Me niego a aceptar que soy uno de ellos.
Como quien lanza un anzuelo varias veces, miraba disimuladamente a la barra buscando los panales en los ojos del barista. Me sentía una pantera analizando a su presa, pero era más un gatito pensando cómo comerse un pescado gigante; la lucha se hace.
¡Me sonrió! ¿Será? Casi me atraganto con la comida. Sin suerte, intenté repetir la hazaña. Mi cabeza decía: le gustas; mi ansiedad: ¿la sonrisa era para ti? Es su trabajo, seguro solo es cortesía. No creo que al pagar la cuenta se repita el gesto. Tuvo razón en lo último. Corrí.
¿Será que antes era más fácil ligar? Sé que existían códigos LGBT+: colores, flores en la solapa, paliacates, claves para decir qué y cómo se buscaba lo que se quería, como los emojis en apps de ligue. Entre que los gestos son más difíciles de interpretar y hemos caído en la trampa gris que nos han puesto las tendencias para vestir, la labor de los Romeos buscando a “el” Romeo se complica.
En el gimnasio, una vez me pasó que un tipo se me acercaba mucho. Hizo contacto visual conmigo y, en los ejercicios en piso, se puso muy cerca. La proximidad tuvo que ser muy evidente para disipar mi despiste y hacerme pensar: algo quiere. Era mucho más joven, tal vez recién entrado al Tec Saltillo, pero ya ven qué sabe qué comen los chamacos de ahora: estaba grandote, mamado, pero aún se le notaba el calostro en las comisuras. Cuando me siguió a los vestidores, dije: “ps vamo a ver”. Tenía la camiseta escurriendo de sudor; me la quité para ponerme la sudadera y sentí la mirada desde el espejo. No se acercaba, pensé: igual espera que yo dé el siguiente paso. Arreglé mis cosas y, al pasar cerca de él para salir, sentí que me siguió. “¡Ya se hizo!”, imaginé. Estaba por irme y me tocó el hombro. Me giré con mi mejor sonrisa.—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta?—. El tono me entumió el gesto, pero acepté.—Ayer me robaron mi mochila y me dijeron que fuiste tú.
De niño le temía a los perros callejeros; me enseñaron que había que espantarlos mostrando seguridad y, claro, con la estrategia de la piedra imaginaria. Aunque me estaba cagando de miedo —el lepe era una cabeza más alto que yo, echaba humo por la nariz y tenía los puños cerrados—, me reí. Respondí: —Naaa, nada que ver—. Hice un poco de plática para que pensara que estaba interesado en lo que le había pasado y huí en cuanto pude. Ahí se debe haber acabado de descomponer mi radar.
Me puse el reto de descifrar aquella sonrisa. Como periodista uno es stalker profesional: dos, tres trucos y ya tenía la cuenta de Instagram y X: Fernando. Quedará pendiente la historia de los Fernandos de mi vida, pero ya llevo vario… buen indicio, creo. Piscis: opuesto a Tauro, pero se puede lograr un equilibrio bonito. Lector. Potterhead. Fan de Disney. Swiftie. Trepa cerros. Ora, ¿quién es ese güero mamado que está con él en Disney?. Ok, peligro descartado. Suficiente espionaje por un día; castigué al cel bajo la almohada por sacarme un susto. ¿Lo agrego? “Mantengámoslo orgánico”, me respondí. Mañana voy de nuevo y a ver qué pasa.
Después —y varia inversión en café, panecitos y desayunos— me disponía a invitarlo a salir. Pasamos de la sonrisa al saludo, pero había un obstáculo: la amiga lesbiana y compañera de trabajo. Muchos tenemos la fortuna de alguien así —en mi caso fue mi defensora desde niño y en la salida del clóset (TQM Jahaziel)—, pero hay que reconocer que el cliché de su territorialidad tiene fundamento. Siempre que me veía entrar, la morra me ponía jeta. Pese a eso, pasamos de la plática torpe y breve a la plática con preguntas básicas. Cuando se despidió diciéndome “mañana nos vemos”, sentí: ya picó. “Claro, le estás manteniendo el changarro”, ya saben quién dijo eso.
Dejé pasar un día: mi cabeza decía que, si me extrañaba, no dudaría en aceptar una cita. Salí muy preparado, según yo, con el ofni controlado —nada “extra”, pero tampoco descuidado; intencionado, diría—. Repasé opciones para el discurso y destinos para salir. De la mano de esa confianza que rara vez me acompaña, iba de salida y me encontré a mi amiga Claudia en la sala. Le pregunté si quería algo del café de enfrente.—Pero a qué vas al café, si aquí tenemos una cafetera re buena.Me descubrió y me descosí. En diez minutos la puse al tanto y hasta le enseñé fotos. Se me ocurrió que ella podría ser el distractor perfecto para la amiga: no hubo necesidad de convencerla. Estábamos en eso cuando noté que él había subido una historia: un cabrón dándole un beso en el cachete.—¿Está feo, no?Un buen amigo te apoya hasta en tus pendejadas porque estará para cacharte si no funciona y sabe que harías lo mismo por él. Claudia me dio la razón.
Armados con el famoso lema de vida “el no, ya lo tienes”, seguimos con la misión. A lo lejos vimos el obstáculo a franquear: la amiga estaba en la entrada, en pose de cadenera.—Tenemos lleno— me escupió, pero el encanto de Claudia la derritió.—Pueden esperar a que se libere una mesa; los que están cerca de la barra están por irse.Sentado bien derechito en una banca de parota, repasaba mi plan.—Oye, ¿está Fer?— se me adelantó Clau. Se me querían saltar los ojos.—No, tal vez venga más tarde— contestó la cadenera en tono meloso.—¿Eres amiga suya? ¿Sabes si tiene novio, novia o algo?— doble disparo; congelada quedé.—Sí, nos conocemos desde la prepa y somos socios del café junto con su novio. Bueno, prometido: se casan el siguiente mes en Tapalpa. Es el arquitecto que nos rediseñó todo.
Gracias por participar, suerte con el próximo.
La siguiente semana, la producción pactó grabar una escena en el café. Fernando tendría que haber estado ahí, pero, en su lugar, mandaron a la reducción de Thor. Yo estuve la mayor parte del tiempo en la acera opuesta.
Creo que mi gaydar no estaba descompuesto, más bien se actualizó y tengo que aprender a interpretar sus mejoras. El “sí es, pero ahí no es”… sobre todo.
PINTURA ILUSTRATIVA: LUKAS DUWENHÖGGER
Lukas Duwenhögger es un pintor y escultor alemán, nacido en Múnich en 1956 y residente desde hace más de dos décadas en Estambul, cuya obra propone escenas íntimas y teatrales cargadas de erotismo sutil y referencias literarias. En su exposición Undoolay (Artists Space, Nueva York, 2016) presentó un retablo visual de más de cuarenta pinturas, esculturas e instalaciones donde esquemas pastel transportan figuras masculinas, a menudo vinculadas al deseo, la clase y la identidad, a paisajes tanto reales como. Sus piezas, como Rezalet (Impertinence), alcanzan elevadas cotizaciones en el mercado del arte, y se han exhibido en sitios de prestigio como . Duwenhögger crea “mundos imaginarios” poblados por hombres que interactúan mediante gestos leves o toques insinuantes, mostrando una “dimensión imaginativa y una inmediatez sensorial” que rebelan la condición queer y la poesía visual