
Dentro de los rituales y tradiciones del Día de Muertos, también hay espacio para quienes no hablaban, pero acompañaban con todo el corazón. En distintos puntos de Saltillo, aún permanecen encendidas las velas de altares dedicados a animales de compañía: pequeños homenajes que cruzan la línea entre la vida y la muerte para agradecer el amor que los perros y gatos dieron en su paso por este mundo.
La costumbre de ofrendarles es reciente, pero nace de una raíz profunda. En la cosmovisión prehispánica, los animales —en especial el xoloitzcuintle— eran guías del alma en su tránsito al Mictlán. Hoy, ese simbolismo se reinterpreta con ternura y conciencia: los altares para mascotas no buscan recrear un rito antiguo, sino reconocer que también ellos fueron parte esencial de la familia.
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En el bar cultural Oniria, el altar para mascotas ocupa un cuarto completo: una estructura en forma de triángulo hecha con flores de cempasúchil, rodeada de retratos, veladoras, calaveras y caminos de pétalos. El ambiente huele a copal y se siente cálido, como si cada foto devolviera una presencia.
VISIBILIZAR EL AMOR POR LAS MASCOTAS
Paola Salazar, dueña del lugar, coloca esta ofrenda desde hace seis años. Entre las imágenes están las de sus propios animales y las de muchas personas que han llevado fotos o cenizas para sumarlas. “La intención es visibilizar el amor que se tiene por las mascotas. Creemos que la divinidad o el más allá se alcanza a través del amor, y hemos aprendido de los mejores maestros: esos seres que nos demuestran su apoyo y lealtad incondicionalmente”.
El altar está purificado con copal y acompañado con un símbolo mexica: el Nahui Ollin, que representa el punto donde se cruzan el cielo y la Tierra. Paola cuenta que cada año el montaje inicia desde el 24 de octubre, pues —según la tradición que siguen— ese día los animales abren el camino para que las almas comiencen a descender. “Los primeros en llegar son ellos —dijo—; nos preparan el paso para cuando bajan las ánimas más puras, el primero de noviembre”.
Mientras arma la ofrenda, Paola enciende el sahumerio y limpia cada objeto con copal, intencionando el espacio para recibir solo a las almas esperadas. “Les hablo, les digo que los esperamos y que son siempre bienvenidos”. El ritual combina gratitud y protección: agradece lo compartido en vida y cuida que solo entren buenas energías.
Para ella, este altar es más que una tradición: es un acto de amor consciente. “Cada año pienso en ellos, en lo que me enseñaron. Si empatizáramos un poco más con los animales, habría un cambio fundamental en nuestra sociedad. Son seres que no juzgan, que aman sin condiciones, que te acompañan sin importar quién seas. Ellos nos enseñan lo que significa amar realmente”.
En la Librería del Fondo de Cultura Económica Carlos Monsiváis, el altar para los “michis de Carlos” se integró con ayuda de niñas y niños de la Escuela Anexa. Entre libros y retratos, el espacio se volvió un refugio pet friendly. “Antes se veía a las mascotas como animales que cuidaban la casa; ahora son parte de la familia, compañeros que están contigo sin importar la situación”, dijo Nancy Ruiz.
Ella cuenta que incluso el perrito adoptado por el personal de la librería tiene su lugar en el altar, símbolo de la empatía que se cultiva entre lectores y visitantes. “Hay que valorar la vida de todos, incluso la de las mascotas, que muchos ya consideramos parte de la familia”.
Nancy considera que cada vez son más las personas interesadas en el bienestar animal. “Vemos personas que les tomamos el aprecio, tomamos la oportunidad y el compromiso. Porque sí, el contar con la compañía de un perrito, un gatito, implica todo eso…aún después de la muerte”.
En la Secundaria General No. 8 Adolfo López Mateos, la comunidad educativa dedicó parte de su altar a Cejas, el perrito que por años acompañó a estudiantes y maestros. Lo recordaron con flores, croquetas, agua y un alebrije de cartonería a su imagen: un Cejas colorido, de cuerpo imaginario y mirada fiel.
Cejas fue parte del día a día escolar. Lo alimentaban, lo cuidaban y lo arroparon hasta el final de sus días. Ahora, su figura se alza a lado del altar como símbolo de gratitud y de ese tipo de amor que no se enseña en los libros, pero se aprende con la convivencia. “Muy seguramente Cejitas estará esperando a quienes vieron por él en vida para ayudarlos a trascender”.
Estas manifestaciones, aunque parecieran dispersas por la ciudad, comparten un mismo mensaje: la vida no termina con la ausencia física. Los altares para mascotas son una extensión del cariño, una forma de agradecer lo aprendido de ellos: lealtad, presencia, ternura. En Saltillo, esa conciencia crece y se mantiene encendida como una vela que no se apaga.
“Creemos que cuando un alma se despide, no lo hace del todo —dice Paola—. Regresa en las memorias, en los gestos, en la forma en que seguimos cuidando a los demás. Y cuando se trata de nuestros animales, ellos siguen acompañándonos, aunque ya no los veamos”.
Porque el amor, cuando ha sido sincero, siempre encuentra el camino de regreso.



