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Culiacán vive la crisis por violencia más larga y trágica de su historia

Es de mañana en Culiacán, y Rosa Lidia Félix Camacho trata de abrir una carpa móvil a los pies de la Catedral de la ciudad. Se tambalea, habla con debilidad. Es 26 de noviembre y lleva casi un mes en huelga de hambre.

La inició como un grito desesperado ante la desaparición de su hijo, Jesús Tomás Félix Félix, sucedida el 31 de octubre. Rosa Lidia no entiende lo sucedido.

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Sólo puede decir que su hijo es un hombre de bien, deportista y padre de familia.

Llevaba una semana desempleado cuando desapareció, cuenta su madre sentada en una silla plegable debajo de una lona que la protege del sol semitropical.

Recuerda que la noche de su desaparición acudió a casa de un amigo en la colonia Las Quintas, y cuando salió, alrededor de la 1:40 de la madrugada, avanzó unas cuadras y desapareció con todo y vehículo, un Nissan Versa gris oxford.

La señora realizó el recorrido que debió transitar su hijo y unió las huellas de su paso.

Solicitó copia de las cámaras de seguridad a los vecinos y, en una de ellas, se ve a Jesús Tomás mientras conduce el automóvil. Desde entonces, sólo ha conseguido un registro en video.

El joven de 28 años es uno de los más de 500 desaparecidos registrados por organizaciones civiles en el estado desde el 9 de septiembre, cuando empezó de lleno la batalla entre las dos facciones más poderosas del llamado Cártel de Sinaloa.

”Por favor, tengan piedad del dolor que tenemos. Se los pido con el alma destrozada, ya no aguanto más: regrésenme a mi hijo”, ruega a los captores, al gobierno, al vacío, a quien escuche el débil aliento que aún le queda.

El Cártel de Sinaloa es una de las organizaciones criminales más poderosas de México, y es también una de las más estructuradas del mundo.

Los registros de esta asociación se inician desde hace más de medio siglo, incluso desde antes de llamarse así, con la creación del Cártel de Guadalajara en la década de los 70, de acuerdo con datos de la Secretaría de la Defensa Nacional.

Entonces estaba liderado por los sinaloenses Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero, entre otros capos. En los años 80, y con el liderazgo de El Chapo y Héctor Luis Palma, nace el Cártel de Sinaloa.

Una década después se identificó en lo alto de la estructura a los hermanos Beltrán Leyva, a Ignacio Coronel, a Juan José Esparragoza, y a Ismael Zambada García, alias El Mayo.

Desde entonces se creó una alianza entre El Chapo y El Mayo que parecía indivisible, hasta hoy.

El 25 de julio pasado se inició un nuevo capítulo en la historia del narcotráfico en México. Joaquín Guzmán López, hijo de El Chapo Guzmán, secuestró a El Mayo Zambada, lo subió a un avión y lo entregó al gobierno de Estados Unidos.

La captura provocó que estallara la batalla entre ambas facciones. La autoridad local suma más de 500 homicidios y más de 400 desaparecidos; los grupos activistas y los periodistas locales cien no localizados más.

Ahora, los hijos de ambos barones del crimen encabezan una escalada de violencia nunca antes vista: por un lado, los hermanos Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar en representación de La Chapiza, por el otro Ismael Zambada Sicairos, alias El Mayito Flaco, con las fuerzas de La Mayiza.

Se bajaron de un carro oscuro. Dos jóvenes de unos 16, 17 años. Prendas negras, tatuajes en los brazos y gorras con viseras planas. Entraron a una panadería. Tranquilos.

Sin armas. Era 28 de noviembre.—Venimos de parte de los jefes —soltó uno de ellos.

—¿Perdón? —dijo una señora que despachaba el pan.—Sí, de parte de los jefes de aquí de Culiacán.—Y permiso de qué.

—Permiso para poner una cámara aquí afuera, para que no ande tanto puntero, pues —continuó el joven mientras se le acercaba al oído y comentaba casi con susurros.

La señora palideció; ellos ordenaron pan para llevar. Días antes, en la madrugada del 25 de noviembre, grupos armados destruyeron a balazos 65 videocámaras de seguridad instaladas en la ciudad.

Los aparatos eran parte del sistema de inteligencia y vigilancia operado por el Ejército.De manera fortuita los reporteros presenciamos la conversación. Después nos retiramos sin hacer comentarios.

El miércoles 27 de noviembre, un grupo de mujeres con familiares desaparecidos se manifestaron en el Palacio de Gobierno de Sinaloa.Una de ellas era Carolina Verástica.

Sostenía una foto de su padre, el policía Francisco Verástica.Carolina contó que un día antes, a las 7:45 horas, su padre había salido de su turno laboral y se dirigía a su casa, pero nunca llegó.

”Lo único que pido es que lo regresen con bien a casa”, dijo.Al día siguiente, el 28 de noviembre, el policía apareció muerto.

”Te encontré papi, no de la manera que quería, pero te encontré”, escribió en una de sus redes sociales, según medios locales.

Óscar Loza Ochoa, defensor de derechos humanos, afirma que en el estado nunca se había prolongado tanto una crisis de seguridad.

”Nos está dañando desde el punto de vista emocional, psicológico”, advierte el defensor.

El conflicto de violencia en Sinaloa no sólo ha dejado una estela de sangre y sufrimiento, también ha generado afectaciones económicas profundas.

La población ha abandonado la vida nocturna y eso ya empezó a causar estragos.

Marco Iván Torres Sandoval, un joven de 31 años que es socio del restaurante Canario, reconoce que por la crisis de seguridad de la ciudad su negocio ha tenido una afectación de más de 70% en las ventas.

”Si en la noche hubo violencia, el flujo de personas disminuye de 20 a uno”, ejemplifica.

El problema de seguridad en la ciudad obligó a la empresa a dejar de apostar por las noches y dar prioridad a la venta de desayunos. Las pérdidas en el comercio son inciertas.

Algunos empresarios suponen 500 millones de pesos al día, otros calculan de forma general más de 10 mil millones de pesos.

Después del 9 de septiembre nada ha sido igual en Culiacán. Las calles se vacían a partir de las 7 de la tarde, los eventos masivos cancelados, la feria ganadera y el palenque más importantes del año han bajado las cortinas; las escuelas han vuelto a la virtualidad de la pandemia cada que se reportan balaceras cercanas; a inicio de este mes el Ejército convirtió una primaria en cuartel; el temor a los explosivos, a los drones armados y coches bomba pulula en las conversaciones públicas; los canales anónimos de WhatsApp se han convertido en una de las principales fuentes de información y desinformación.

Y así, en este ambiente, la gente tiene que hacer su vida. Los culichis saben bien de estos momentos y encuentran alternativas para amainar la presión, una de ellas es el arte.

En el centro de Culiacán, a un costado de los negocios que cierran o se adaptan a la violencia, y a unas cuadras de la huelga de hambre de Rosa Lidia que busca a su hijo desaparecido, Catherine Quiñónez Morales pinta lentamente su primer mural.

El tema de Catherine: la salud mental. ”Es un mensaje de esperanza. Siento que quiero que este cuadro hable de salir de la depresión, de salir de ese hoyo que en estos momentos mucha gente está dentro”, comenta la joven de 24 años.

La imagen representa una mujer que florece con la ayuda de la mano de Dios que le arroja gotas de agua desde la parte superior.

”Mira, si ella está floreciendo, tú también puedes florecer, tú también te puedes sentir bien, tú también puedes estar bien”.

Rosa Lidia dejó la huelga de hambre el 1 de diciembre.

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