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La lucha por el honor y el ‘gran jefe’ de la nación chichimeca (?)

PIDGIN.- No existe un término en español para la palabra “pidgin”, que en inglés se refiere a una lengua simplificada, creada y utilizada generalmente entre grupos e individuos que no comparten un idioma común.

Quizás, si usted desea comunicarse con un coreano, un alemán o un chileno, terminen optando por jugar en una cancha neutral con tal de entenderse, como sería hablar en un inglés rudimentario. Sería la alternativa lógica, excepto para los franceses, que son remamones y les purga hablar inglés. Es inglés trocho, incompleto, de pésima dicción y estructura gramatical que compartieran sería un “pidgin”.

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Luego tenemos el “mock pidgin”, que es la representación exagerada de esta limitante comunicativa con fines teatrales o bien, para parodiar y hacer escarnio. Por ejemplo: la manera en que los indios –los nativos americanos, pues– hablan en las viejas películas Western (del oeste o pelis de vaqueros).

Hasta el no menos célebre compañero del Llanero Solitario, Tonto (“Toro” para los países hispanohablantes), fue objetado y casi entró al limbo del veto por controversia, dada su característica manera de hablar en falso “pidgin” que, al decir de algunos representantes de los pueblos originarios de Norteamérica, es ofensiva, pues caricaturiza al “aborigen que no logra dominar la lengua del blanco colonizador”.

Curiosamente, aunque “pidgin” no tiene traducción a nuestro idioma, “mock pidgin” sí, y sería “lengua macarrónica”.

EL GRAN JEFE CHICHIMECA.- Es muy probable que el nombre de Mauricio Mata Soria no le diga absolutamente nada. Originario del estado de Guanajuato, se presenta como líder indígena y “gobernador” pluricultural de dicha entidad (haga de cuenta un presidente legítimo).

Mata Soria, de hecho, se asume gran jefe de una supuesta Nación Chichimeca que sólo figura en su imaginación, en el mismo mapa en que coexisten otros pueblos ficticios como Narnia, Wakanda, Gondor y Tlaxcala.

Algunos señalan a Mata Soria como un impostor autoproclamado, un espurio líder del indigenismo que sólo busca el usufructo personal, un falso representante del indigenismo al que nadie nombró, lo cual no obsta para que siga adelante con su activismo vernáculo para una nación inexistente de la que se asume portavoz.

EL CRIMEN DE LORENZO CÓRDOVA.– Hace diez años una noticia causó nacional indignación, pues el consejero presidente del entonces IFE (orgullo y modelo del rescate ciudadano de un sistema electoral secuestrado durante décadas por el partido oficial), Lorenzo Córdova Vianello, ni más ni menos, osó burlarse desde su blanco privilegio de los pueblos originarios, de las naciones indígenas, de su orgullosa cultura milenaria, de sus usos y costumbres, de su cosmogonía mística, sus saberes ancestrales, de la Pachamama y hasta de Café Tacvba.

-¡Ah, caón! ¿Pos qué dijo?

Justo aquí es donde tenemos que separar el mito de la realidad ya que, aparte de toda la malicia que se necesita para grabar una conversación privada para filtrarla a los medios (lo cual es un delito más grave que la falta que se pretende exhibir), la información fue tratada, titulada y viralizada por la prensa con un sesgo sensacionalista: “¡¡¡Lorenzo Córdova, Racista!!!”.

Si bien Córdova hizo una cruel caricatura (recurriendo a los referidos “mock pidgin” o “lengua macarrónica”), no se refirió en ningún momento a un un pueblo, tribu, comunidad, grupo o etnia en particular. En todo momento se refirió al autoproclamado jefe de la imaginaria nación Chichimeca, Mata Soria, acusando que el “activista” hacía tantos esfuerzos por parecer genuino que terminaba sonando precisamente como el mal cliché de las películas de vaqueros.

Y me disculparán todos los dioses del panteón prehispánico, pero de eso a ser racista, hay una diferencia como la hay del Tlalocan al Mictlán.

Pese a que Córdova fue víctima de un delito mayor a la falta que se le imputa, e infinitamente más grave que en la que realmente incurrió; pese a que la acusación de racismo es no sólo exagerada, sino totalmente inapropiada e imprecisa; pese a que fue condenado por un juicio ligero de una opinión pública carburada con un sesgo malicioso de la noticia, el entonces Presidente del INE se disculpó.

JUSTICIA A LA 4T.– Con todo y lo anterior, el presente régimen (hecho de rencor, complejos y resentimiento) decidió seguir sacando raja de aquel episodio y llevarlo a las páginas de la Historia, citando el incidente en un libro escolar de educación pública primaria, como mal ejemplo de todo lo que se le acusa.

El ejecutor de esta desmesura es un fanático de la peor izquierda sin brújula moral, un tal Marx Arriaga, aunque él sólo es un peón en un régimen de ajuste de cuentas para con sus adversarios.

Que el Estado mexicano, a través de uno de sus instrumentos más poderosos, como lo es su potestad sobre la educación de la niñez, convierta los contenidos escolares en material de adoctrinamiento (en el que además se hace un juicio desproporcionado y completamente erróneo que envilece la reputación de un ciudadano vivo y pleno de sus derechos) es sólo otro ejemplo de la total desmesura con que el presente régimen ejerce el poder en contra de cualquier ciudadano que le resulte incómodo o poco grato.

Hacer que se le hinquen a Noroña en el Congreso, hacer que una ciudadana se disculpe en redes o llevar a Lorenzo Córdova a las páginas de un librito de Historia para niños son pequeños grandes mohines de dictadorzuelos.

No son actos reivindicativos (que para eso no se supone que exista el gobierno o sus representantes) y ni siquiera existe un parangón de esto en países democráticos. Son sólo la expresión más pura del abuso de poder.

Pasa que su idea de gobernar se reduce a repartir limosna y garrote a discreción, exacerbando los reflejos más viscerales e irreflexivos de un pueblo que les sirve muy bien si está permanentemente enojado y a la defensiva.

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Cada vez que López Obrador y hoy su gerenta en el Palacio, desde el mañanero circo de contorsionismo discursivo, hacen mención negativa de algún periodista, actor, actriz, cantante, empresario, influencer, atleta, funcionario o simple ciudadano que tuvo el atrevimiento de disentir o criticar al régimen, no es un acto inocente ni mucho menos equilibrado. Es todo el poder del Estado mexicano, con todos sus recursos, todas sus instituciones y toda su logística en contra del individuo; un intento para aniquilar con la desmesura del aparato gubernamental la voluntad y el espíritu del ciudadano común.

No digamos ya inscribir a un adversario en las páginas de la infamia del libro de la Historia, utilizando al discurso oficial para impartir juicios para la posteridad a gusto y a capricho, negándole al ciudadano (como bien dice su causa) el derecho al honor, colocándolo junto a los responsables del Holocausto nazi

Nada de esto es congruente con un país que se presuma de ser una nación democrática en la que prevalece el Estado de derecho, “pero me temo que todo eso quedar atrás hace muchas lunas, Keemo-Sabee”.

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