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Cultura y Pop: Kurosawa

Hace treinta años, caminando por el Campus del Tec de Monterrey, encontré un poster hecho por estudiantes que anunciaba la proyección de una película así: “Rashomon de Akira Kurosawa muestra el uso de diferentes puntos de vista con maestría, no al estilo Pulp Fiction, como meros fuegos artificiales.”

Le sobraba snobismo, pero el poster capturó mi interés porque yo, a) jamás había oído hablar de Rashomon, y b) unas semanas antes había ido a ver Pulp Fiction al cine tres veces en quince días, y seguía sin recuperarme de la experiencia.

Para mi horror, la proyección de Rashomon había sido el día anterior.

Todo esto sucedió en 1994. Google, Wikipedia, y Netflix aún quedaban muy lejos, y Blockbuster no rentaba ni por error películas japonesas en blanco y negro de los años cincuenta.

Me pasé varios meses buscando información sobre Rashomon, preguntándome cuándo se cruzaría en mi camino—hasta que se me ocurrió buscar en casa.

Oh sorpresa.

En sintonía con lo que una universidad debe ser —un centro de crecimiento intelectual, artístico, y personal— la biblioteca del Tec tenía cientos de películas imposibles de encontrar en otras partes. Entre ellas no sólo Rashomon, sino otros clásicos de Kurosawa: High and Low (1963), Siete Samurais (1954), Yojimbo (1961), Trono de Sangre (1957), Fortaleza Escondida (1958), e Ikiru (1952).

Treinta años después, el cine Lumière de Maastricht está ofreciendo un ciclo de Kurosawa. Volver a ver estas películas me ha recordado aquel poster estudiantil: el error de comparar películas (o libros, o música, u obras de arte) para establecer cuál es “mejor.”

Lo que importa es entender cada película en su contexto.

Varias de las películas de Kurosawa podrían filmarse hoy, y ganarían premios; otras, en cambio, serían insoportables para un espectador moderno: su desarrollo es lento, carecen de twists constantes, sus tramas son simples. Verlas es apreciar lo mucho que ha crecido el arte del cine—pero el cine no estaría donde está ahora si no fuera por películas como estas: en ellas se establecieron muchas de las tomas, perspectivas, y recursos narrativos que fueron reutilizados y reinterpretados por quienes hicieron cine después. Por eso los cineastas siguen votándolas como de lo mejor que se ha hecho.

Volver a ver estas películas, en fin, me recordó que con algunas películas vale la pena levantarse del sillón de la sala, ponerse guapo, e ir al cine. El esfuerzo se recompensa con la sensación de haber visto en pantalla gigante algo que nos deja pensando, no simplemente nos quiere hacer pasar el rato.

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