Entrar al Museo de Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México, ubicado casi frente al Palacio de Bellas Artes, nunca es una grata experiencia, pero siempre es necesaria. Sus salas albergan la historia de los principales genocidios del siglo 20 y 21: destacan, entre otros, el holocausto del régimen nazi entre 1941 y 1945, con sus 11 millones de víctimas; el de Ruanda en 1994, entre tutsis y hutus que dejó un millón de personas muertas; y el de Guatemala, que desde 1960 hasta 1996 representó la masacre de 200 mil indígenas mayas.
Terminar ese recorrido, visto ya por siete millones de personas, implica un drenaje emocional. Lleva a la pregunta obligada de por qué sucedieron, suceden y sucederán cosas como esas. ¿Por qué las permitimos como humanidad? La simple definición de genocidio debería eliminar la posibilidad de repetición. “Cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”.
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Y, como si le faltara horror, de ese que hay que visibilizar para tratar de eliminarlo, este jueves el Museo de Memoria y Tolerancia inauguró una de las muestras más relevantes para México por el tamaño del problema a nivel país: Infancias en Silencio.
El trabajo está centrado en visibilizar y romper el silencio alrededor del abuso infantil. Concientizar sobre la vulnerabilidad en la que viven millones de niñas, niños y adolescentes. Enseñar a detectar y prevenir la violencia, influyendo la física, psicológica, sexual y digital.
La estructura de la exposición se basa en siete espacios inmersivos: entornos domésticos, donde sucede la mayoría de los abusos y agresiones; escuelas; espacios digitales; negligencia y daños emocionales; entornos institucionales; trata y explotación infantil; y finalmente resiliencia y acompañamiento. Un choque enfocado en la sanción y los mecanismos de protección y reparación de derechos.
Uno se encuentra con datos alarmantes, como que el primer abuso sexual en niños se da entre los 3 y los 8 años. Con que el 58 por ciento de las actividades que realizan en internet implican un riesgo. Pero más allá de los datos, lo más duro de la exposición llega con los testimonios de las víctimas. El trabajo de la Fundación Freedom, encabezada por Fernando “Chobi” Landeros, un altruista como ningún otro en México, recolecta siete historias de hombres y mujeres abusados sexualmente en sus infancias. Salvador Cacho, Karla González, Cristina Cuéllar, Karla Parra, Luz María Dollero, Eduardo Cruz Moguel y Lucero Márquez cuentan sus experiencias con una entereza digna de admiración, reconocimiento, respaldo y sobre todo de difusión.
Estas cosas hay que hablarlas y por eso, después de sacudirme como testigo, decidí dedicar el espacio de esta columna para la divulgación. Tienen un año para ir a verla. Como lo mencioné al inicio, es más que necesario.
STENT
Tanto en la Presidencia de la República como en la Secretaría de Relaciones Exteriores ha caído como bomba la cercanía del embajador de Estados Unidos en México con el actor Eduardo Verástegui. El recelo, que comenzó cuando el también activista fue de los primeros recibidos en la residencia del diplomático, sólo se incrementó este jueves. Verástegui no se despegó de Ron y se movía como Pedro por su casa en la fiesta por el aniversario de independencia.