Descentralizar la cultura, especialmente el teatro, es una idea que por años ha rondado en el sector. Cada vez que se habla de cambio, de evolución, de ajustes necesarios, aparece esta palabra. Tan fácilmente convocada y tan difícil de realizar, la descentralización es uno de los factores que, veíamos en la entrega pasada, podrían afectar positivamente la creación y mantenimiento de públicos en el teatro, otro de esos grandes temas que de tanto en tanto reaparecen.
El pasado 7 de mayo, por cierto, el Instituto Nacional de Bellas Artes difundía la realización de la primera reunión general de la Red Nacional de Programación Teatral. Con participación de representantes de cada uno de los estados y de la Coordinación Nacional de Teatro, se anunciaba que tal reunión tuvo como foco “construir una agenda teatral más equitativa y territorialmente diversa”. Bellas palabras cuya conversión a la realidad se antoja mucho más compleja.
Se sabe que de esta reunión surgieron varios comités y promesas de seguimiento, habrá que ver si surgen también estrategias viables y, sobretodo, verdaderamente descentralizadoras. Y digo esto porque es muy fácil “abrir” las convocatorias para recibir otros tipos de proyectos, otras latitudes, pero los cambios superficiales no pueden, generalmente, llegar a la raíz del asunto.
Apenas unos días después de dicha reunión del INBAL, un colega teatrero se quejaba de lo difícil que es, para producciones de estados centrales del país, competir contra proyectos teatrales de la Ciudad de México en las mismas convocatorias, pues se les coloca con frecuencia como bloque regional. La desventaja, decía, se da no por la calidad o propuesta de dichos proyectos capitalinos, sino por su mayor capacidad para cumplir con requisitos como notas de prensa que cumplan ciertas características, registros de videos o de funciones que no siempre tendrán algunas producciones en provincia, simplemente porque los contextos y posibilidades son diferentes y las convocatorias siguen – consciente o inconscientemente – el modelo de producción de la capital del país.
Ahora, más allá de lo institucional, cuando se le pregunta a un teatrero o a un gestor lo que se necesita para atraer más públicos, una de las cuestiones que llegan a aparecer, es la necesidad de que las personas entiendan y vean al teatro no sólo como entretenimiento para pasar el rato, sino como una actividad que puede ayudar a generar pensamiento crítico y comunidad. Hay, por supuesto, proyectos que cumplen con este propósito, pero también debemos reconocer que, para cumplir con ello, no es el público el que usualmente se adapta, por el contrario, son los proyectos cuyo pensamiento “descentralizador” viene desde la concepción y propósito de servir a una cierta región o grupo, los que tienden a dar en el clavo.
Para lograr que el público salga de la comodidad que implica satisfacer sus necesidades de entretenimiento y comunidad en sitios conocidos, en redes o en la comodidad de su hogar, se le tienen que ofrecer productos que también se atrevan a salir de lo cómodo. Tocará al teatro tomar la iniciativa de explorar otros espacios y maneras de acercarse y enseñar a la comunidad sus bondades si es que realmente quiere llegar a otro público. Digo, por cierto, enseñar y no educar porque uso la palabra en el sentido de “mostrar” una cierta forma de expresión, sin que necesariamente implique un juicio de valor que lo establezca como mejor o peor de lo que el espectador potencial está acostumbrado a recibir. Pecar de condescendencia hacia el público es un problema tan común como peligroso.
Descentralizar el arte implica un cambio de hábitos para todos los implicados y un análisis honesto de posibles actitudes elitistas e individualistas que podrían estarnos alejando, más que acercando. Esto tampoco es fácil, ya que la centralización viene también desde la pedagogía y la enseñanza de las artes. Aun así, el proceso de deconstrucción que implica se antoja necesario, por lo menos si lo que pretendemos es tener salas más llenas e intercambios verdaderos con el público. Un arte que realmente se percibe como necesario, no es un arte de salas vacías; toca a cada uno asumir el papel que le corresponda ante ese problema.