Mientras millones de adultos pelean por likes en Instagram y TikTok, una niña ucraniana de apenas 11 años está rompiendo récords en YouTube, acercándose peligrosamente al dominio del todopoderoso MrBeast. Se llama Diana Kydysiuk, y junto con su familia ha construido un emporio digital que genera hasta 10 mil millones de vistas al mes, según estimaciones. ¿Su canal? Kids Diana Show, con más de 135 millones de suscriptores y presencia en 20 idiomas.
En un mundo donde los niños consumen cada vez más contenido digital, Diana es más que una estrella infantil: es una corporación audiovisual viviente, una mezcla de dibujos animados, marketing, y capitalismo temprano. Y lo más inquietante es que no está sola. Desde Brasil hasta México, cientos de padres están copiando el modelo, incentivando —o presionando— a sus hijos para convertirse en “influencers” desde los dos o tres años.
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Infancia monetizada: cuando el algoritmo paga más que la escuelaLa historia de Diana comenzó de forma aparentemente inocente en Kyiv, cuando sus padres subían videos familiares a YouTube. El primero de ellos, donde intenta comerse una hoja, ya ha sido visto casi 2 millones de veces. Hoy, su familia vive en Dubái, produce videos con sets diseñados profesionalmente y genera millones de dólares al año en ingresos por publicidad, patrocinios (como Barbie de Mattel), y licencias de marca.
Detrás del encanto de los colores brillantes y los efectos de sonido animados, se esconde un sistema familiar aceitado y cuidadosamente monetizado. Papá y mamá producen, administran, actúan, negocian y supervisan, mientras sus hijos rotan frente a cámara según disponibilidad. Cuando Diana no puede grabar, graba alguno de sus tres hermanos menores. “Ese es nuestro sistema”, dice su madre, sin ironía.
MÉXICO SIGUE EL MISMO CAMINO: ¿Y LAS LEYES?
La tendencia ha prendido fuerte en América Latina, donde el fenómeno de los “kidfluencers” no cuenta con marcos regulatorios robustos. En Brasil ya hay cientos de casos documentados de niños influencers que graban hasta ocho horas diarias, muchos de ellos aún en edad preescolar. En México, la historia es similar: padres que abandonan sus trabajos para dedicarse al canal de sus hijos, gastos en producción y vestuario, y menores que se convierten en celebridades sin haberlo pedido ni entender del todo qué significa serlo.
Hasta ahora, México carece de una legislación específica para regular el trabajo de menores en plataformas digitales. Estados como California y Utah en Estados Unidos ya han aprobado leyes que exigen a los padres guardar al menos el 15% de los ingresos de contenido infantil en un fideicomiso. Pero en nuestro país, ni la Secretaría del Trabajo ni el DIF han emitido lineamientos claros. En la práctica, los niños influencers están en una zona gris legal, que recuerda —y empeora— los viejos abusos del cine o la televisión.
YOUTUBE ES SU TV, PERO TAMBIÉN SU TRABAJO
La generación nacida después de 2010, conocida como Generación Alfa, consume hoy más horas de YouTube y TikTok que de televisión tradicional o plataformas como Netflix. Según estudios británicos, los niños menores de 15 años pasan hasta el triple de tiempo viendo videos caseros que contenidos profesionales.
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Eso ha provocado una explosión en la demanda de contenido infantil, y con ella, una industria casera que vale miles de millones. El caso de Diana es excepcional por sus cifras, pero común en su dinámica: contenido educativo con tintes lúdicos, pensado para entretener a los niños mientras los padres tienen “tiempo libre”. En palabras de la propia Diana: “Los niños son medio molestos, así que esto les da a los papás un descanso”.
¿Y EL FUTURO DE ESTOS NIÑOS?
Más allá del éxito actual, la pregunta clave es qué pasará cuando estos niños crezcan. Diana ya empieza a reducir sus horas de grabación, interesarse por películas de horror y sentirse incómoda con la fama. Pero su canal sigue girando, ahora con sus hermanos menores como protagonistas. La máquina de contenido no se detiene.
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Y eso, quizá, es lo más preocupante: que los hijos se vuelvan marca, y la familia, una empresa sin pausa.
¿Quién regula esto en México? ¿Quién protege a los niños detrás de las pantallas? La conversación apenas comienza. Con información de The Economist