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Las andanzas y la rebeldía de un curandero llamado Pedro Rojas

Antonio Guerrero Aguilar/ Becario PECDA Nuevo León

Esto que les cuento, sucedió en Sabinas Hidalgo en febrero de 1861, cuando apareció un curandero y santón procedente de San Luis Potosí, en donde nació en 1791. Se llamaba Pedro Rojas y lo apodaban “El Tatita”. Si el “Niño” Fidencio hizo del Espinazo su tierra de apostolado, en cambio el otro, recorría pueblos, acompañado por decenas de seguidores que lo cargaban en andas, sentado en una silla, mientras los creyentes se disputaban el honor de cargarlo. Repartía bendiciones, para luego levantar capillas improvisadas, realizaba ceremonias religiosas en donde administraba sacramentos y realizaba ceremonias, para luego curar con cebo, mezcal y agua que decía era del mero río Jordán. Preferentemente usaba navajas de afeitar a las que sacaba filo en los escalones de las casas.

Recorrió varios pueblos, pero el 7 de febrero de 1861, tuvo un altercado con el párroco de Sabinas, quien le advirtió a la gente que lo buscaba, de ser un falso profeta y embaucador profesional. El señor cura estuvo a punto de morir apedreado por la turba enardecida. Entonces pidió ayuda a la curia, que dispuso la llegada de dos sacerdotes más, los párrocos de Bronwsville y Camargo. Para enfrentarlo, primero se pusieron a rezar y luego fueron a reclamarle su proceder. El “Tatita” se burló de ellos en público y les respondió: «Soy un hombre que traigo un santo madero y mi eterno padre y yo con él al lado de él», para luego soltar una carcajada con tintes diabólicos. Entonces comenzaron el exorcismo en contra suya. Pero Rojas los retaba y se burlaba de ellos, hasta que de plano, admitió proceder al amparo del maligno.

A principios de enero de 1861, Pedro Rojas llegó a San Pedro de los Salazares, situado en El Huajuco. De ahí tomó el camino a Roma a donde llegó a Ciudad Mier y de ahí a Guerrero. Siempre acompañado de incautos como enfermos. Cómo estarían las cosas que hasta el mismo Santiago Vidaurri ordenó detener sus curaciones. En Mier se agarró a gritos con el señor cura y en Guerrero hizo lo mismo con el párroco de Nuestra Señora del Refugio. Para amedrentarlo, llevó a unas 300 personas “con el fin de atropellarlo y vejarlo”. Afortunadamente no pasó a mayores. El alcalde de Guerrero describió así las intenciones del “iluminado”: “En efecto, la astucia de este menguado y despótico viejo que no debe ser más que mocho y prófugo de alguna cárcel y criminal, porque así lo demuestran sus modales, ha infatuado tanta inmensidad de gente que de todas partes lo siguen y se ha granjeado tantos prosélitos, que se hace cargar en hombros, adoran como a un santo y muchos creen que es el mismo Jesucristo…”.

El “Tatita” estuvo casi dos días, por lo que decidió dejar la población. Poco antes de llegar al río Salado, unas personas se le acercaron de buena fe. Pero nomás de puro coraje, les ordenó a sus escoltas: “¡Maten a éste!”. Las cosas estuvieron a punto de salirse de control, de no ser porque llegó una fuerza armada al mando de Cristóbal Ramírez sacó al Tatita del pueblo, para regresarlo a Mier. Iba tan enojado, que soltó una maldición sobre Guerrero: la ciudad iba a ser consumida por el fuego. Pero no surtió efecto el presagio. Fueron las aguas del río Salado, las que terminaron por inundar a la antigua Revilla, cuando construyeron la Presa Falcón en 1953.

El taumaturgo, era propiamente un anciano indígena, que había nacido en San Luis Potosí en 1791. Contrario a Fidencio, Pedro Rojas se movía de pueblo en pueblo. Sabía de hierbas y de su poder curativo. Por ejemplo, paraba a los enfermos delante de él, con los brazos hacia arriba o hacia abajo. Primero les preguntaba si tenía problemas con alguien. Obviamente la respuesta era negativa. Luego prendía un cigarro de mariguana, y comenzaba a sahumar al paciente. Con los efectos, este comenzaba a hablar de más. El Tatita llegó a Nuevo León procedente del Saltillo. Llegó a San Pedro de los Salazares perteneciente a la municipalidad de Santiago. Hizo levantar una capilla improvisada en donde participó de su “función religiosa”, alrededor de una cruz grande. Ahí reunió a una buena cantidad de feligreses y enfermos que llegaron de pueblos como Allende, El Pilón, Linares y hasta de Tamaulipas. Hicieron oración, rezaron el rosario para luego pasar a las curaciones.

Era tanto el poder de atracción, especialmente con las mujeres, que entraban a saludarlo, tocarlo, besarle los pies y manos; además de dejarle limosna. Pero el entonces alcalde Ignacio Treviño, ordenó su captura para evitar engaños. Lo encarcelaron en la Casa Consistorial de la Villa de Santiago, a fines de noviembre de 1860. Como castigo, lo pusieron a limpiar la plaza principal. Cuentan que una persona con ese tipo de cualidades no cobra, sabe que es un don y lo pone al servicio de los demás. Pero esa ocasión, logró reunir 46 pesos. Por reventador, lo corrieron del Huajuco, es cuando comenzó su labor apostólica y curativa en algunos pueblos de Nuevo León y del norte de Tamaulipas.

La vida de Pedro Rojas está repleta de acontecimientos extraordinarios como raros. Se imaginan que un curandero, administrando sacramentos, acompañado siempre de una multitud de personas, unas sanas y otras enfermas, quien les hacía creer que se curaban con tan solo aguardientes, cebos y agua, qué hasta eso, les decía era del mero río Jordán. Unas veces lo apoyaban los alcaldes, en otras debían sacarlo del pueblo para evitar desórdenes. Enfrentó a sacerdotes y hasta los desafió, así como los amenazó de muerte. Contaba con una guardia personal y después de realizar su labor apostólica, adorando a la santa Cruz; se regresó a su capilla que tenía en San Pedro de los Salazares. Llegó a Cadereyta, en donde supo que ya estaba placeado; es decir, habían dado la orden de desaparecerlo a la buena como a la mala. Entonces decidió salir con rumbo al Paso del Zacate como a Los Aldamas.

Ya se había formado una partida de 40 hombres para detenerlo, la mitad de Cadereyta y los otros de China. Poco antes de llegar a Los Aldamas, en un punto conocido como El Desagüe le dieron alcance. Los hombres del Tatita lo rodearon para defenderlo. Los milicianos detonaron sus armas al aire y se hizo la pelotera. Rojas quiso escapar y al intentar brincar una barda, cayó víctima de tres disparos el 16 de marzo de 1861. Ahí también murió su concubina, mientras unos fueron trasladados como prisioneros a Monterrey. Les dieron sepultura en una fosa común, debido a que el señor párroco de Los Aldamas se negó a darles la bendición en el panteón del lugar.

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